
A finales de 2024, el candidato más obvio, tanto ideológica, retórica, como estéticamente, para el papel de Hitler 2.0, es Björn (“Bernd”) Höcke. Tanto es así, que la analogía fue parte de una campaña de marketing del periódico sensacionalista Bild, el de mayor tirada del país. Este profesor de historia de imagen inmaculada (sin bigote), condenado en firme por usar consignas nazis, lidera el ala más extremista del partido Alternativa por Alemania. El pasado 1 de septiembre de 2024 ganó como cabeza de lista las elecciones regionales en Turingia con un 32,8% de los votos. Es la primera vez desde 1933 que la extrema derecha obtiene una victoria a nivel regional. Precisamente en Turingia, el NSDAP tuvo su primera participación en un gobierno en 1930. Es tentador pensar que la Historia está repitiéndose. Y ya sabemos que en el siglo pasado terminó en tragedia.
Turingia es un estado en apariencia poco representativo: de él se dice que el 80% es bosque…y el resto árboles. Tiene una población de 2 millones de personas (en un país de 80), una de las menores densidades de población de Alemania (cuarto por la cola, por delante tres estados del Este) y el PIB per cápita más bajo del país. Es la única región presidida por un político a la izquierda de la socialdemocracia (Bodo Ramelow, del ala reformista de Die Linke).
Es decir: Turingia es una excepción. Pero una que confirma la regla. El mismo día, AfD lograba su mejor resultado en el vecino estado de Sajonia (quedando segunda con 30,6% por detrás de la democristiana CDU). Tres semanas después, ha quedado segunda detrás del SPD en Brandenburgo, con más de un 29%. Continúa así la tendencia de las elecciones europeas, en las que AfD logró un segundo puesto por primera vez en unos comicios a nivel federal (15,9%).
El contexto alemán: un breve esquema
En una república que engloba dos sociedades muy distintas, una al Este y otra al Oeste, es fácil perderse en particularidades locales. La pregunta más importante es: dónde está Alemania exactamente y cómo ha llegado hasta aquí. Quizás la segunda, en tanto que conocida, sea la menos interesante: el declive del “Estado del Bienestar” a raíz de la fase neoliberal iniciada en los 80 y 90 tiene en Alemania uno de sus casos modélicos. En el Este habría que hablar de un “turbo-neoliberalismo”, que al igual que en el resto de países exsocialistas europeos (con excepción de Bielorrusia) fue responsable del trauma colectivo asociado a la década de los 90: colapso del orden social de la RDA, desindustrialización, despoblación, así como resentimiento con el Oeste visto a la vez como expoliador y “paternalista” por su papel en la implantación de las instituciones de la Alemania Federal en la antigua Alemania Democrática.
No obstante, sería un error imaginar el Este como un lugar en ruinas. Desde los años 90 la región ha sufrido muchos cambios, entre ellos grandes inversiones públicas para amortiguar el desmantelamiento del socialismo. Hoy por ejemplo el estado de Sajonia mantiene un alto grado de industrialización, y en concreto, gracias a los cimientos sentados durante los 70 y 80, la industria de semiconductores del país. Los pueblos y ciudades están visiblemente rehabilitados y modernizados, hay poco desempleo y los alquileres son, salvo en algunas grandes ciudades, de los más asequibles en Alemania. El principal signo de declive no está en la economía ni en las fachadas: faltan personas. Con una población envejecida, escasa migración, y muchos jóvenes que van al oeste o las grandes ciudades, el Este de Alemania es el gran perdedor del desarrollo demográfico de las últimas décadas.
A la evolución propia de la antigua RDA se suma la del conjunto del país. Existe una percepción generalizada de declive. La administración y el gobierno se ven como inoperantes, las obras de infraestructura pública se alargan indefinidamente, la patronal clama desde hace años que la industria alemana está en crisis. La pandemia y las sanciones a Rusia desde 2022 y el consiguiente aumento en el coste de la energía han agravado la situación, una nueva desindustrialización avanza, llegando incluso hasta el sector automovilístico.
En paralelo a la dinámica socioeconómica se mueve el sistema político, que se cimenta sobre gobiernos de coaliciones con mayoría parlamentaria tanto a nivel regional como federal, con casos muy excepcionales de gobiernos en minoría (de nuevo la excepción: el gobierno de Bodo Ramelow en Turingia durante la última legislatura con Verdes y SPD). Además de la famosa “Gran Coalición” de SPD y CDU en la era Merkel, todos los partidos con representación parlamentaria salvo dos, han estado en responsabilidades de gobierno federal: Die Linke y AfD. En el caso de Die Linke, ésta ha formado al menos coaliciones con SPD y Verdes en gobiernos regionales.
Todo esto tiene dos consecuencias: la dinámica de coaliciones “todos con todos” de los partidos neoliberales (CDU y Verdes, SPD y liberales, SPD y CDU, Liberales y Verdes, etc.) ha obligado a todos estos partidos a hacer concesiones para mantenerse en los gobiernos y ha decepcionado a sus electorados. Todos comparten la responsabilidad política por el declive en que se encuentra sumido el país. Por otra parte, el cordón sanitario en torno a AfD, lejos de debilitarla, le ha permitido alzarse como el único partido con fuerza para hacer oposición frontal a los gobierno. AfD utiliza el término “partidos del cártel” para referirse al bloque formado por el resto.
Este es el escenario actual: un país altamente desarrollado, pero en clara decadencia y una política institucional ideológicamente muy compacta. Por supuesto existen tanto en el bloque hegemónico como dentro de AfD innumerables corrientes, contradicciones, luchas internas, etc. pero incluirlas en el análisis haría imposible llevarlo a término. Aquí se presentan únicamente las tendencias dominantes.
AfD: frente amplio de la extrema derecha
Esbozado el esquema general, queda por definir algo más detalladamente a la propia AfD. Fundada en 2013 por miembros del ala derecha de la CDU y catedráticos liberales de derechas, ha ido virando desde un partido exclusivamente neoliberal y euroescéptico hasta una aglomeración de todas las sensibilidades a la derecha de la CDU, desde neoliberales a cristianos, y por supuesto, fascistas. Nada define mejor su heterogeneidad que sus dos co-presidentes: Alice Weidel, una doctora en economía lesbiana, residente en Suiza con su pareja de Sri Lanka y sus dos hijos, y Tino Chrupalla, un pintor de Sachsen con una pequeña empresa.
Es principalmente un partido antiinmigración, antiislam y tradicionalista. Aunque algo ambigua (en parte gracias a no haber gobernado), su política económica es predominantemente neoliberal. Internacionalmente, es tendencialmente prorrusa (posición mayoritaria en el Este; aunque también existe una corriente atlántica) y, sobre todo, frontalmente opuesta a la Unión Europea.
Socialmente, sus principales apoyos son los votantes de clase trabajadora, así como autónomos y pequeños empresarios. Periférica y rural, su base electoral está en el Este, hasta tal punto que sus resultados electorales puestos sobre el mapa marcan claramente el contorno de la antigua RDA. Pese a estar fundado por alemanes occidentales, el partido ha sido capaz de ensalzarse como principal voz de los alemanes del Este, en defensa de sus intereses frente a un Berlín y una Bruselas lejos de su realidad y sus problemas. Allí se ha establecido como la segunda fuerza política (detrás de CDU o SPD según la región) con valores estables en torno al 30% de los votos.
El discurso identitario (tradicionalismo occidental, Alemania del Este) es la herramienta óptima para un frente amplio interclasista capaz de acumular apoyos de clases con intereses contrapuestos. Por supuesto, AfD promueve mayoritariamente una política promercado, antisindical y a favor de continuar desmantelando el Estado social. Pese a ello, consigue movilizar a los trabajadores presentando a los sindicatos como una pieza más de las instituciones responsables de su declive.
La cuestión de la migración, como en las derechas de los demás países occidentales, permite dar materialidad y objetivos concretos (deportaciones, cierre de fronteras) a un descontento por lo demás muy abstracto. Este discurso crea paradojas como el hecho de que las regiones más vehementes contra los inmigrantes (el Este), son no solo las que menos inmigrantes han recibido y reciben, sino las que más necesitadas están de estos para mantenerse a flote, dada la omnipresente falta de trabajadores.
Conclusiones
A pesar de sus particularidades, AfD se enmarca dentro de la ola reaccionaria que viven la mayoría de países occidentales (también en Latinoamérica) y comparte rasgos con las extremas derechas de su entorno, al este y al oeste. En Alemania, resalta la debilidad de la izquierda: si bien Die Linke jugó un importante papel en el Este durante los 90 y los 2000, hoy es percibida mayoritariamente como un partido urbano, más cercano a la izquierda activista e identitaria que a los problemas de la periferia.
En cuanto a las perspectivas de éxito, hasta ahora AfD no ha alcanzado la masa crítica para dejar de ser una minoría ruidosa y pasar a ser una mayoría. No solo gran parte de la sociedad es consciente del riesgo que conllevaría una repetición del nazismo, incluso bajo una versión descafeinada del NSDAP, sino que las grandes empresas y la patronal se han mantenido hasta ahora en abierta oposición a AfD. Los representantes del capital se saben dependientes del libre tráfico de mercancías y bienes, y opinan que un triunfo de AfD desestabilizaría aún más la política económica del país sin darles nada a cambio. Con una Die Linke extremadamente debilitada no ven riesgo de desorden “por la izquierda”. A su vez, la gran candidata a romper el cordón sanitario, la CDU, no ha dado hasta ahora muestras de intentarlo. De atreverse, arriesgaría sus opciones de gobierno con el resto de partidos y la estabilidad de todo el sistema político.
En los próximos meses y años, dos aspectos serán determinantes: mientras AfD no alcance la mayoría absoluta, el reparto de papeles entre partidos institucionales (CDU, SPD, Verdes, FDP) y partido protesta (AfD) podrá mantenerse para beneficio de las dos partes. Unos mantendrán su poder, los otros su legitimidad de voz de la oposición. A pesar de estar aún lejos de gobernar, AfD tiene suficiente peso como para escorar todo el tablero político hacia la derecha, como ya está ocurriendo por ejemplo con la política migratoria. El segundo aspecto será la evolución del nuevo partido BSW (Alianza Sahra Wagenkenct), fundado por la exdirigente de Die Linke Sahra Wagenknecht para recuperar el peso electoral que en su momento tuvo la formación de izquierdas. Su propuesta combina la reivindicación del Estado de Bienestar con la crítica al apoyo a la guerra en Ucrania y a las “fronteras abiertas” [1]. Tras los buenos resultados en las elecciones europeas, así como en Sajonia, Turingia y Brandenburgo, tendrá la llave para formar gobiernos regionales. De su éxito o su fracaso dependerá la forma que tome el espacio político alemán.
- La crítica a las “fronteras abiertas” (literalmente ausencia de controles fronterizos al estar todos los países vecinos de Alemania dentro del espacio Schengen) implica controlar las fronteras Schengen contra la “migración irregular”, deportación de demandantes de asilo rechazados y que los refugiados esperen en países fuera de la UE mientras se tramite su petición de asilo. Es la posición dominante en todo el espectro político alemán salvo Die Linke. ↩︎
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