En Albacete, el lugar más importante en lo deportivo es el Estadio Municipal Carlos Belmonte, donde juega sus partidos el Albacete Balompié Sociedad Anónima Deportiva. También se han celebrado conciertos a los que han asistido miles de personas.
¿Quién fue Carlos Belmonte?
El nombre del estadio se debe a Carlos Belmonte González, el arquitecto que lo diseñó y que fue alcalde franquista (1956-1960). Carlos Belmonte se enroló voluntariamente en la División Azul en julio de 1941 para luchar junto al ejército nazi en el frente este contra la Unión Soviética. La historiadora Rosa María Sepúlveda de Losa indica que pudo alistarse en la División Azul debido al pasado de su padre, quien fue un destacado republicano en Albacete. Sin embargo, después de volver de participar junto al ejército nazi, continuó siendo un afecto al régimen franquista, desempeñando el cargo de vicesecretario provincial de Obras Sindicales de la Delegación Provincial de Sindicatos (1948) y concejal del Ayuntamiento de Albacete (1949-1952), para acabar siendo alcalde de la ciudad (1956-1960). En 1948 se licenció como arquitecto para después compaginar su carrera política en la dictadura con la arquitectura.
¿Es posible separar al arquitecto que diseñó el estadio del alcalde franquista? ¿Se habría llevado a cabo su diseño del estadio si no hubiese sido afín al régimen franquista?
Evidentemente, si no hubiese sido alcalde durante la dictadura franquista, su diseño del estadio, y otros que realizó en la ciudad, no se habrían llevado a cabo. Su carrera como arquitecto está ligada a su poder en la dictadura en Albacete y a la represión que sufrieron miles de albacetenses.
No parece que un cambio en el nombre del estadio esté cerca, pues el Ayuntamiento de Albacete, propietario del estadio, ha blindado el nombre en el reciente acuerdo con el Albacete Balompié S.A.D para que no se cambie. Aunque no habría mucha diferencia entre un nombre que recuerda a la oligarquía franquista y un nombre publicitario, ambos defensores del capital.
En Cádiz, el estadio municipal, anteriormente llamado Estadio Ramón de Carranza, cambió a Estadio Nuevo Mirandilla al aplicarse la Ley de Memoria Democrática, ya que el nombre anterior homenajeaba a un participante en el golpe de Estado de 1936. Para el grueso de la afición cadista el proceso de cambio resultó confuso y no estuvo exento de polémica, pero se hizo, y es en este punto donde quizá sea bueno aplicar no sólo la ley, sino también pedagogía. Por el lugar que ocupa el fútbol hoy en día en la cultura popular, y por ende, los estadios como si fuesen una suerte de templos modernos, hablar del Carlos Belmonte sería como hablar del Pincho de la Feria o del Depósito del Agua, elementos sin los cuáles sería imposible concebir Albacete hoy. El nombre de Carlos Belmonte está lo suficientemente grabado a fuego en el imaginario colectivo de la ciudad como para no desdeñar posibles discrepancias al cambio con vagos argumentos cuando se dé el debate público. Por suerte, hay mecanismos para que un cambio de nombre sea rápidamente aceptado y normalizado, ¿qué tal un referéndum popular para que la afición decida el nombre de «su» estadio?
Hoy en día los estadios son el reflejo de la sociedad en la que vivimos, y no sólo por cómo nos comportamos en ellos, también en cuanto al diseño arquitectónico. Burguesía influyente haciendo negocios en palcos VIP, pequeños empresarios en butacas cubiertas y confortables, clase obrera viendo un partido de fútbol en un fondo al raso o soportando estoicamente las inclemencias meteorológicas, deficiencias en materia de seguridad de las que el ayuntamiento y club se desentienden… Podríamos seguir con la lista y hacer un estudio sociológico sin abandonar la grada, pero dado el arraigo popular de este deporte, cobra más importancia si cabe la aplicación de la ley de memoria, para que nadie, ni siquiera las todopoderosas élites dueñas del fútbol, pueden saltarse la ley a conveniencia.
La cesión: regalo a una Sociedad Anónima
Uno de los puntos críticos de este asunto es la duración del convenio. Cincuenta años es un periodo muy largo, y comprometer un bien público de esta naturaleza por medio siglo levanta preguntas sobre el control y la autonomía del Ayuntamiento en el futuro. Aunque la cesión busca fomentar el desarrollo del club y dotarlo de más estabilidad, el riesgo es que el estadio, que es un activo simbólico y patrimonial de Albacete, pase a ser percibido como una propiedad privada, y no como un activo de la ciudad y sus habitantes.
Aunque desde el ayuntamiento y club se defienda que la cesión en exclusiva permitirá la ejecución de obras y mejoras en la infraestructura del estadio, se plantea el interrogante de quién realmente se beneficia de estas inversiones. Skyline, propietaria del Albacete Balompié es un fondo de inversión privado, y como tal, poco le preocupa el simbolismo , su objetivo es claro, aumentar el valor del club lo máximo posible para una mayor rentabilidad ante una posible venta, no hay que darle más vueltas, así funcionan los fondos de inversión. La reforma, anunciada a bombo y platillo, va en paralelo a las que se están ejecutando en otros puntos del Estado, proyectos que dan la espalda a sus aficionados y van un paso más allá en la mercantilización del fútbol. Convertir los estadios en centros comerciales, máquinas de engordar la tasa de ganancia de sus propietarios, podríamos considerarlo como una falta de respeto a afición y ciudad. Sin embargo, tampoco debemos dejarnos llevar por la sorpresa, ¿esperábamos menos de una corporación municipal que, gobierne quien gobierne, acostumbra a regalar patrimonio público a empresas privadas o incluso a la iglesia?.
Si el fútbol es un fenómeno social y popular, su gestión no puede recaer en manos privadas, y ni mucho menos en fondos de inversión privados. El ayuntamiento debería ser garante de que el recinto deportivo con mayor capacidad de la región sea amoldado a las necesidades de la ciudad, no al ánimo de lucro de unos oligarcas extranjeros. Se podrían llevar a cabo proyectos para que las instalaciones se adecúen a múltiples actividades culturales y deportivas que sean de interés, unas instalaciones abiertas al tejido asociativo y a colectivos juveniles, un estadio preparado para un fútbol popular, donde no se maltraten a los deportistas locales ni se menosprecie el equipo femenino(que aún debe jugar sus partidos en el exilio de la ciudad deportiva y se le ha despojado de la identidad histórica que otorga ser el Albacete Balompié).
Por un fútbol popular, libre de fascistas y contra la mercantilización del deporte.