• Lamentablemente «la batalla del cambio climático» no se decide en el campo de la energía eléctrica, y menos todavía en la fabricación e instalación de millones de baterías en las que almacenar la energía excedentaria de las fotovoltaicas y eólicas.
• El cambio climático es uno más de los nueve procesos considerados críticos para la subsistencia en el planeta de la especie humana. Es una simplificación creer que corrigiendo sólo ese, los demás volverán automáticamente a sus valores normales.
Resulta bastante habitual encontrar en los medios de comunicación, tanto digitales como impresos, incluso en aquellos que gozan de un mayor prestigio, artículos sobre tecnología firmados por autores que carecen tanto de formación reglada como de información sólida en este terreno.
¡Vaya! ¡Ya están los de ciencias acusándonos de no diferenciar las unidades de potencia de las de energía, cuando ellos no distinguen una oración coordinada de una subordinada!
Y quienes tal dicen no dejan de tener cierta razón; aunque no es menos cierto que, comparando la gravedad de una y otra ignorancia, el uso incorrecto de palabras homófonas me parece de menor importancia para la vida en el planeta que el atreverse a afirmar sin tan siquiera despeinarse que las baterías “tienen la llave para generar un cambio de paradigma energético en el mundo [1].”
Y no es que yo pretenda afirmar que sea imprescindible el haber cursado una carrera de ciencias en general, o una ingeniería en particular, para escribir con tino sobre estos temas —¡aunque es cierto que sin duda es de gran ayuda!—, sino que hay algunos ámbitos del conocimiento que son especialmente inhabilitantes para hacer este tipo de incursiones. Y señalaría, aunque dicen que está feo señalar, a tres carreras, a tres disciplinas en concreto:
—Los abogados, que tienen una irresistible tendencia a confundir las normas, decretos y reglamentos con el funcionamiento de los sistemas.
—Los economistas, cuyo vicio principal es olvidar en sus análisis de rentabilidad los costos sociales de sus inversiones.
—Los periodistas, empeñados en convertir todo en literatura de ficción; y no precisamente ficción científica.
No he de citar por más que con el dedo, que diría don Francisco de Quevedo, al autor cuyas afirmaciones pretendo discutir, ni al medio en cuyas «páginas salmón» han sido publicadas. Y no precisamente porque mis compañeros del GEMA ya tocando la boca, o ya la frente, me recomienden tal actitud, o porque la calidad de mi esgrima se haya visto afectada por la edad sino por estar en este momento sometido a un tratamiento con fármacos anticoagulantes.
Ahora un poco más en serio. Asumo con naturalidad que cuando se pretende explicar un tema complejo sea justo, equitativo y saludable —sobre todo para la conservación del número de lectores— proceder a una cierta simplificación en el lenguaje empleado, y recurrir al uso de imágenes y comparaciones con fenómenos de la experiencia cotidiana.
Asumo la simplificación, pero no la inexactitud.
Con la misma naturalidad acepto el hecho de que los artículos publicados en las mencionadas «páginas salmón», innovaciones tecnológicas incluidas, tienen un inevitable sesgo económico y financiero, y que el impacto de las tecnologías analizadas sobre la rentabilidad de las inversiones tendrá prioridad sobre el resto de enfoques posibles.
Acepto el sesgo, pero no la manipulación.
Por poner un ejemplo ilustrativo de esta afirmación. Sesgo es afirmar que las compañías del sector de las baterías han captado financiación de inversores por valor de 8000 millones de dólares. Sesgo porque es un dato económico que presupone que el mercado es sabio y que la inversión acude solamente a los sectores de futuro. Manipulación es cuando en otra parte del artículo señala que “esta tecnología está llamada a iniciar una nueva era económica marcada por la descarbonización”. Esto es: esta técnica concreta de almacenaje de energía está llamada a iniciar una nueva era económica. Manipulación porque situar la mejora del precio de las baterías al mismo nivel que la revolución agrícola y la industrial, el feudalismo y el capitalismo, no puede ser, en buena ley, achacado a la ignorancia ni al exceso de euforizantes.
Me veo en la obligación de señalar que la profusión de manipulaciones e inexactitudes es en el artículo tan abrumadora, que el análisis pormenorizado y la refutación de la totalidad de ellos convertiría este artículo que —como es en mí costumbre—, pretende ser ameno a la par que formativo, en un motivo de protesta ciudadana.
¿Qué os parece si comenzamos por el principio? ¿Por la primera afirmación —muy inexacta, por cierto— que me llamó tanto la atención que me convenció de seguir leyendo?
Thomas Alva Edison se llevó todos los méritos en 1879 pero el invento venía de tiempo atrás. Setenta años antes.
Dejando a un lado el hecho de que la patente de una lámpara de incandescencia concreta es de 1880 y no de 1879 ¿a dónde se llevó los méritos? ¿Qué invento venía de tiempo atrás? O, mejor dicho: ¿Qué invento no viene de tiempo atrás? Pero bueno, comprobemos qué sucedía unos cuantos años antes. Por ejemplo, en 1761 Ebenezer Kinnersley calentó un alambre hasta la incandescencia mediante el paso de una corriente eléctrica para producir luz. Aunque no sirvió de mucho porque los alambres se oxidaban o se derretían muy rápidamente en presencia de aire.
Humphry Davy oriundo de Cornualles (Inglaterra) había logrado fijar una fina tira de carbón entre los dos polos de una pila. Nacía, así, la primera bombilla, el invento que permitiría al ser humano hacer vida de noche y que multiplicaría exponencialmente los usos de la electricidad.
¿La primera bombilla? Pues lo dudo mucho. Bombilla es el término escogido en español para traducir el original inglés «light bulb», que hace referencia a la forma de bulbo de su evolvente de vidrio. Lo que está documentado que hizo Humphry Davy en 1802, fue el utilizar una batería de gran tamaño, compuesta por unas 2.000 celdas elementales alojadas en el sótano de la Royal Institution of Great Britain, para crear una luz incandescente al hacer pasar la corriente de esa batería a través de una fina tira de platino, no de carbón y en ningún lugar se afirma que dicha tira estuviera dentro de un bulbo.
Aunque la aportación de Davy es importante, no es la única ni siquiera la más relevante. Muchos son los llamados y pocos los elegidos, decían por ahí. Y sí que fueron muchos: los historiadores Robert Friedel y Paul Israel en su obra “La luz eléctrica de Edison: Biografía de una invención” enumeran a los inventores de lámparas incandescentes anteriores a Joseph Swan y Thomas Edison, y valoran su aportación al resultado final. Los autores concluyen que el principal mérito de Edison y su equipo fue la implementación práctica de todos los conocimientos anteriores combinando correctamente cuatro factores, dos de la propia lámpara y dos del sistema. De la lámpara, un material incandescente barato y efectivo, y un nivel de vacío adecuado en el interior de la ampolla. Del sistema, el diseño de alta resistencia interna para una distribución de lámparas en paralelo, y el desarrollo de los componentes asociados —generadores, cables, interruptores, protecciones, etc.— necesarios para un sistema de iluminación a gran escala. En otras palabras: el mérito de Edison no es el de haber logrado fijar una fina tira de carbón entre los dos polos de una pila, sino el desarrollo de un sistema completo e integrado de, iluminación eléctrica primero, y de un sistema de suministro de energía eléctrica después.
Pero avancemos un poco más en el artículo. Antes de haber conseguido completar el primer párrafo encontramos otra de las ofertas de “dos por uno” de las que está trufado el artículo.
Hoy, dos siglos después [2], es otra la revolución en ciernes: la de las baterías, sistemas de almacenamiento de energía cada vez más avanzados que tienen la llave de un auténtico cambio de paradigma. Tanto en lo puramente energético como para decantar la balanza en la madre de todas las batallas: la del cambio climático.
El autor hace una batería —perdóneseme el retruécano— de afirmaciones arriesgadas que parecen verdades reveladas, pues no se molesta en argumentarlas. La menor de ellas es la de que un invento de 1799 tiene la llave de un cambio de paradigma; aunque desconozcamos cuál es la identidad actual y futura de ambos. Y la mayor y más peligrosa, que la aplicación de esas baterías al sistema eléctrico[3] son suficientes como para decantar la balanza en la madre de todas las batallas: la del cambio climático.
Lamentablemente La batalla del cambio climático no se decide en el campo de la energía eléctrica, y menos todavía en la fabricación e instalación de millones de baterías en las que almacenar la energía excedentaria de las fotovoltaicas y eólicas, sobre todo si tenemos en cuenta que la minería de los componentes necesarios para la fabricación de una de esas milagrosas baterías que cuestan un 90% menos que hace una década, es uno de los principales devoradores de combustibles fósiles.
Las baterías, la guinda en el pastel renovable, son —serán— la tumba del petróleo, el carbón y el gas natural, la trilogía fósil responsable de la crisis climática.
¡Literaria sí que es la redacción! Pero dudo mucho que el propio autor esté dispuesto a sustentarla. ¡A menos que esté en disposición de explicarnos cómo interviene una batería en la fabricación del acero! Y una cosa más: el concepto crisis climática [4] no es totalmente equivalente a la de cambio climático. Mientras el concepto crisis indica un cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso, es decir la magnitud, intensidad y velocidad de los cambios que se están produciendo en el clima, el concepto cambio carece de ambos adjetivos: ni tiene por qué ser profundo ni de consecuencias importantes.
Antes de continuar creo que alguien debería informar a nuestro bienintencionado articulista que el citado cambio no es más que una de las señales de alarma que la Tierra nos envía —¡que literario me pongo yo también! ¿Será por contagio? — para advertirnos de que el planeta está dejando de ser un lugar seguro para la humanidad. Todas estas señales, procedentes de los nueve procesos [5] que se consideran críticos para la subsistencia en el planeta de la especie humana y sus sociedades, están interrelacionadas, pero resulta una simplificación inadmisible fijar la atención solamente en una de ellas, el cambio climático, pensando que corrigiendo esta, las demás volverán automáticamente a sus valores normales. Y si este proceder es simplificador, ¿qué decir de la insistencia en aplicar una única solución, la descarbonización, y de una única manera, construyendo grandes sistemas de generación de energías renovables apoyadas por enormes parques de baterías, ahora que nos hemos dado cuenta de los enormes problemas de dependencia de la meteorología que estas energías tienen.
Aunque… ¿continuar? Vamos por encima de las dos mil doscientas palabras y en la primera columna del artículo. ¿Qué os parece si lo dejamos aquí, y en función del interés que el tema despierte, continuar en sucesivas entregas? No sin apuntar que, como en las novelas negras, ¡cuidado con las apariencias! Las baterías son una solución para el sistema, pero no para el sistema eléctrico sino para el sistema capitalista, de la misma forma que el “coche eléctrico” es un parche para seguir manteniendo en funcionamiento el negocio del automóvil privado, una concepción de la movilidad definitivamente obsoleta e inadmisible a nivel planetario.
Y para los que no pueden prescindir del automóvil privado, pero quieren seguir manteniendo limpia su conciencia ecologista, recordarles que existe un coche mucho más ecológico y más sano que el coche a pilas: el coche a pedales.
Notas:
[1] En realidad, la afirmación contiene un aspecto más en el cambio de paradigma: el económico. Pero teniendo en cuenta el significado que la RAE le da a la palabra paradigma en su segunda acepción (Teoría, o conjunto de teorías, cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar y que suministra la base y modelo para resolver problemas y avanzar en el conocimiento.) he decidido entender que el autor se ha entusiasmado excesivamente con la belleza de su proposición dialéctica y ha decidido incluirla sin reflexionar demasiado en las consecuencias de sus actos.
[2] Veamos: ¿dos siglos después de qué? ¿De la lámpara de incandescencia? De la lámpara de Edison hace algo menos de dos siglos. De la lámpara de Davy un poco más, pero no se puede decir que esta lámpara haya originado una revolución de nada. Humphry Davy ha pasado a la historia de la ciencia por otras aportaciones mucho más importantes.
[3] Hemos de deducir tal aplicación por el contexto de otra de las frases del artículo: El último eslabón para la eclosión masiva de las renovables.
[4] Probablemente la más adecuada de esas expresiones cotidianas, cuando, además, se pretende enfatizar la amenaza que estos cambios suponen y la necesidad de actuar sobre ellos con medidas urgentes, es la de emergencia climática.
[5] Los límites planetarios son un marco conceptual propuesto por primera vez en 2009 por un grupo de científicos liderados por Johan Rockström del Centro de Resiliencia de Estocolmo, que evalúa el estado de nueve procesos que se consideran fundamentales para el mantenimiento de la habitabilidad del planeta. La idea es que, si estos procesos no sufren alteraciones más allá de ciertos umbrales, la Tierra permanecerá en un estado que es seguro para la subsistencia humana. Según esta propuesta los nueve procesos críticos que definen los límites planetarios, son:
1. Cambio climático.
2. Integridad de la biósfera (pérdida de biodiversidad y extinción de especies).
3. Cambio del sistema terrestre (uso del suelo).
4. Flujos biogeoquímicos (ciclos del nitrógeno y fósforo).
5. Reducción del ozono estratosférico.
6. Cambios en el uso del agua dulce.
7. Acidificación del océano.
8. Carga de aerosoles atmosféricos.
9. Incorporación de nuevas entidades (químicos y organismos artificiales).