Cuatro días después de que comenzara una ofensiva coordinada por grupos islamistas en el noroeste de Siria, el país enfrenta una nueva escalada de violencia que amenaza con cambiar el mapa del conflicto. El ataque, liderado por Hayat Tahrir al Sham (HTS), el grupo armado más poderoso de Idlib, ha resultado en el control de zonas estratégicas cercanas a Alepo, dejando un saldo trágico de al menos 130 muertos y miles de familias desplazadas.
El Observatorio Sirio de Derechos Humanos informó que los insurgentes han tomado el control de almacenes de armas, vehículos blindados y maquinaria militar, además de ocupar posiciones clave en las proximidades de Alepo. Este avance se produce en medio de una retirada temporal del Ejército sirio, que sufrió numerosas bajas en su intento por contener el ataque.
Este ataque es el mayor registrado desde el alto el fuego firmado en marzo de 2020 entre Rusia y Turquía, los dos actores internacionales con mayor influencia en la región. Mientras que Moscú apoya al gobierno de Bashar al Assad, Ankara respalda a algunas facciones rebeldes, lo que complica cualquier intento de estabilización en Siria.
Las fuerzas islamistas no solo han avanzado hacia el oeste de Alepo, sino que también han tomado el aeropuerto internacional de la ciudad, un golpe estratégico que marca el primer aeródromo civil capturado por la oposición en años. Además, los rebeldes han ocupado la localidad de Jan Shayjun, extendiendo su control al norte de la provincia de Hama, lo que evidencia una falta de resistencia organizada por parte del Ejército sirio.
“Estamos enfrentándonos a miles de combatientes extranjeros equipados con armas pesadas y drones”, explicó el Ejército sirio en un comunicado, justificando su repliegue estratégico como una medida temporal para reorganizar sus líneas de defensa.
La ofensiva no solo ha agravado la situación militar, sino también la humanitaria. Según la ONG Coordinación de Respuesta, más de 10.700 familias han sido desplazadas en el noroeste de Siria, donde la violencia amenaza con desbordar las capacidades de las organizaciones de ayuda.
“Es una catástrofe humanitaria”, declaró un portavoz de la ONG, subrayando que el conflicto sigue afectando principalmente a civiles que se ven atrapados entre los bombardeos del régimen y los avances de los grupos rebeldes.
El momento de la ofensiva no es casual. Turquía ha iniciado conversaciones para restablecer relaciones con el gobierno sirio, pero las tensiones persisten debido a la presencia militar turca en el norte de Siria y su apoyo a las facciones opositoras.
La intervención rusa también sigue siendo clave. Aviones de combate de Moscú han lanzado ataques sobre las posiciones islamistas, especialmente en el oeste de Alepo y la provincia de Idlib, aunque su eficacia para frenar el avance rebelde es cuestionable.
Con una guerra civil que ya se extiende por más de 13 años, las perspectivas de una resolución pacífica parecen cada vez más lejanas. La reciente ofensiva no solo evidencia la fragmentación del conflicto, sino también las profundas divisiones entre los actores internacionales involucrados.
El futuro inmediato de Siria parece marcado por más enfrentamientos, con civiles atrapados en una espiral de violencia que no muestra señales de cesar. Mientras las fuerzas gubernamentales prometen recuperar Alepo y sus alrededores, los insurgentes continúan consolidando su control en el último bastión opositor del país.
Con un saldo humano y social cada vez más devastador, la comunidad internacional enfrenta nuevamente el reto de mediar en un conflicto que, lejos de resolverse, parece estar entrando en una nueva y peligrosa fase.
Fuente: Mundo Obrero