La Redacción Avanzada ha tenido la oportunidad de realizarle una entrevista al profesor e historiador Ángel Duarte Montserrat. Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Barcelona, profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona y, sucesivamente, en la Universitat de Girona. Actualmente profesor titular de la Universidad de Córdoba. Sus líneas de investigación han girado alrededor de la historia social y en relación con el despliegue de la historia de las culturas políticas. Su foco de investigación se ha dirigido, prioritariamente, al análisis del papel de republicanismo y de los nacionalismos subestatales a partir de su eclosión en el tramo final del siglo XIX.
Nuestro interés en el autor radica en sus análisis sobre el republicanismo español, centrándonos en su obra: El Republicanismo. Una pasión política. El presente artículo es fruto de una entrevista, de más de dos horas, donde la Redacción Avanzada tuvo la oportunidad y el privilegio de conversar sobre los orígenes de la cultura política, los avances y retrocesos del republicanismo como movimiento político y social; así como su despliegue, auge y caída en el siglo XX. El siguiente artículo trata de condensar dicha entrevista y plantear las principales líneas descritas por el autor.
Entrevista a Ángel Duarte.
Si algo enseña la historia es que las olas de los grandes movimientos populares y los grandes ideales socialmente encarnados, como las olas oceánicas, tienen una fuerza proporcional a su longitud y recorrido. Las que vienen de muy lejos, aparentemente calmas en superficie, rugen invisibles en las zonas abisales y terminan abatiéndose inopinadamente con una potencia indescriptible sobre las playas y los arrecifes de destino.
Antoni Domènech
El año nuevo ha comenzado con un redoble de los esfuerzos de la monarquía por reforzar su posición política y lograr una mayor aceptación popular. Una estrategia que llevamos tiempo viendo desde que dejaron caer al “emérito” en favor de su hijo. A la campaña publicitaria de la DANA, baño de barro y de masas después, se suma el seguimiento exhaustivo de la Pascua Militar y recientemente la cobertura, hasta la extenuación, de la formación militar de Leonor en el buque Juan Sebastián Elcano. Todas estas campañas enfocadas a mostrarnos una monarquía moderna, cercana a su pueblo y en caso de la infanta reforzando siempre el adjetivo de “normal”.
La monarquía logra con todo ello afianzarse y cubrir bajo un tupido velo los escándalos del anterior monarca que proyectan inequívocamente su sombra sobre el actual. La estrategia ha sido exitosa, la monarquía se mantiene en pie y aparentemente en buena salud. Pero a pesar de ello todo este amplio despliegue no nos puede hacer olvidar que si precisamente se han volcado en esta campaña publicitaria es precisamente porque no hace mucho la monarquía no gozaba de tan buena salud. Es precisamente en ese contexto en el que se publicó el libro que traemos a colación: El republicanismo. Una pasión política. Un repaso histórico y político de la experiencia republicana en los siglos XIX y XX de España.
La obra a la que acudimos fue publicada en el 2013, un año después del desafortunado viaje a Botsuana de Juan Carlos I. Viaje que terminó con una anómala disculpa y que dio comienzo al principio de su fin. Debemos tener en cuenta el contexto político de fuerte desafección hacia un régimen que aparentemente hacia agua y parecía experimentar un desborde popular a través de movilizaciones como el 15-M, las Marchas por la Dignidad, Rodea el Congreso y finalmente la abdicación del Rey, puntal del mismo régimen. En dicha coyuntura política el republicanismo experimentó una breve reactivación.
Una reactivación que hacía ser optimista a nuestro autor en el año de publicación de su obra. A finales del siglo XX y principios del siglo XXI el escenario político emancipatorio se presentaba, tras la caída del Muro de Berlín en 1989, como un mundo desencantado con la pérdida de confianza en las narrativas y proyectos emancipadores que se relevaron incapaces de llevar a cabo una transformación social radical. En dicho contexto el republicanismo aparecía, en ciertos círculos, como la posibilidad de construcción de una comunidad política donde la participación de la ciudadanía y el cuidado por lo común volviesen a primer plano. En nuestro país la breve reactivación vino a través de la crisis de la monarquía anteriormente nombrada, la labor del movimiento memorialista y las distintas investigaciones académicas volcadas sobre el tema. El republicanismo volvía a la luz del día y merece la pena que no vuelva al olvido. No fue un movimiento circunscrito a las dos experiencias republicanas del país, sino que fue un movimiento vivo con profundas raíces históricas en nuestro país. La obra, que aquí presentamos, pretende presentar precisamente el largo recorrido de esta cultura política y su importancia.
A través de la lectura del libro veremos cómo dicho movimiento protagonizó, empujó y luchó en los periodos más complejos de la historia de España a favor la profundización de la democracia en el escenario político nacional. El autor inicia su investigación en los albores del siglo XIX con la construcción del Estado Moderno en España, enmarcado en la coyuntura de difusión del discurso de derechos nacidos en la Revolución Francesa de 1789.
El republicanismo se alza como una cultura política compleja y diversa marcada por los procesos democratizadores del largo siglo XIX cuyo impulso político protagonizaron más allá de lo institucional como movimiento social. Nuestro autor llega a rastrear los orígenes del republicanismo en la propia Guerra de Independencia (1808-1814) y en el proceso constituyente gaditano que dio luz a la primera constitución española, la Constitución de Cádiz de 1812, popularmente conocida como “La Pepa”.
En los inicios del Estado moderno español, en los propios debates gaditanos apareció una facción de un liberalismo más radical, despectivamente denominado como exaltados, que, si bien no puedan ser denominados como genuinamente republicanos, sí que sembraron toda una serie de ideas de participación ciudadana, compromiso y acción que sirvió al republicanismo como abono sobre el que cimentar sus raíces y primeros pasos. Dicha facción si bien se oponía a las lógicas del Antiguo Régimen nunca fue capaz de romper con la corona como cúspide de su proyecto político. El impacto de la Revolución Francesa también tuvo su efecto negativo en el término y concepto de república que se asociaba tanto a caos y anarquía, como a guillotina y terror. “República” no era un horizonte atractivo para los grupos políticos del constitucionalismo gaditano. Será el propio desarrollo político del país, la vuelta de Fernando VII y del absolutismo más reaccionario, lo que haría finalmente prescindir de dicha figura y plantear un proyecto político nuevo. Era evidente que la casa monárquica disponible en España no iba a defender, ni profundizar en ningún tipo de reforma social, todo lo contrario, era un dique a todo avance planteado.
Esta postura terminaría, en 1849, cristalizando en el primer proyecto político republicano bajo el nombre de Partido Democrático. Este partido político aparecía un año después de las fuertes movilizaciones europeas de 1848, principalmente en Francia y de la importante publicación del Manifiesto Comunista de Karl Marx Y Friedrich Engels. Así, el republicanismo español se unía internacionalmente a todos esos partidos democráticos que amenazaban el statu quo de la Europa post-napoleónica. Prescindiendo de la figura del Rey, el republicanismo recogía las experiencias políticas y aprendizajes tanto de los citados exaltados, así como de la experiencia del Trienio Liberal (1820-1823) y de la Regencia del espadón progresista Espartero (1840-1843). Una experiencia que eclosionaría con vigor en el Bienio Progresista (1854-1854) y con enorme fuerza durante el Sexenio Revolucionario (1868-1874) llegando incluso al ejecutivo con la breve experiencia de la Primera República (1873).
La fecha de fundación del partido, escisión del Partido Progresista, muestra las buenas conexiones del republicanismo español con los movimientos emancipatorios y revolucionarios europeos, principalmente en fechas como 1848 y 1871 con la Primavera de los Pueblos y la Comuna de París respectivamente. El exilio provocado por monarcas como Fernando VII permitió la articulación de una tupida red de relaciones tanto literarias, de prensa y teatro, así como de correspondencia personal y apoyo internacional en las circunstancias más duras de represión en España. Los republicanos españoles terminaron entrando en los círculos demócratas y republicanos europeos, así como en sociedades secretas como los carbonarios y los masones; y trasladando esas lógicas al país en clubes y cafés de debate y formación. Todo ello engarzaba al republicanismo español dentro de un marco más amplio de procesos democratizadores europeos. Nunca fue un movimiento aislado sino en confluencia con las grandes corrientes europeas decimonónicas.
El marco europeo también nos sirve para mostrar las relaciones, en ocasiones fraternales en otras más hostiles, del republicanismo con el movimiento obrero que se fragua en el siglo XIX. En esta relación nuestro autor establece una diferencia marcada entre dos tipos de republicanismo: uno plebeyo y simpatizante del movimiento obrero con intención de establecer alianzas tanto tácticas como estratégicas; y otro, un republicanismo patricio receloso del movimiento obrero y hasta abiertamente hostil a él. Esta diferencia estaba muy presente en la Europa decimonónica. El republicanismo plebeyo tendría a Francisco Pi y Margall como máximo representante y así mismo el republicanismo patricio contaría con figuras destacas como Emilio Castelar y Ripoll.
Esta diferencia marcaría fuertemente las tensiones de la Primera República y su relación con el federalismo, el cantonalismo y los sujetos vinculados políticamente a la Asociación Internacional del Trabajo (AIT), cuyos estatutos generales fueron redactados por Karl Marx y su expansión europea estaba en pleno auge.

El republicanismo patricio estaba compuesto por las clases medias profesionales, eran defensores de los derechos políticos del liberalismo clásico, así como de la sacrosanta propiedad privada. Eran fuertemente defensores de la unidad nacional y la defendían contra movimientos que podían llegar a cuestionarla como los movimientos federalistas y particularmente el movimiento obrero llegando, si la situación lo requería, a reprimir con fuerza a dichos movimiento. Buen ejemplo de ello fue el bombardeo, durante 71 días, al cantón de Cartagena; bombardeo realizado bajo el ejecutivo de Emilio Castelar. El republicanismo patricio plantea una modernización del país bajo claves liberal-burguesas que obvia y margina la participación del pueblo en la deliberación colectiva nacional.
El otro republicanismo, plebeyo y autónomo, abogaba por una república social-federal basada en el asamblearismo y en el peso político del cuarto estado en las decisiones políticas. Es decir, un republicanismo estrechamente vinculado al movimiento obrero, simpatizante con él y dispuesto a la colaboración fraternal entre ambos movimientos políticos con tal de doblarle el brazo a la oligarquía española bajo el lema: “¡Abajo lo existente!”; incluyendo, esta vez sí, a la propia propiedad privada. Ello no le niega a la familia política un temor y recelo hacia las posiciones más radicales mostrando en todo momento una política de necesario control de las masas o de los excesos del pueblo en armas. Este temor, muchas veces exacerbado por la larga sombra de la guillotina y del terror podemos encontrarlo en las obras de Pérez Galdós, Víctor Hugo o el propio Unamuno. Un temor no exento de clasicismo en muchos casos.
El conflicto entre ambas familias del republicanismo se observa con claridad en la experiencia de la Primera República 1873, tras cuyo fracaso vinieron los años más oscuros del republicanismo, aplastado por la tradicionalista, conservadora y larga Restauración (1874-1931) de Antonio Cánovas del Castillo. El republicanismo tuvo que replegarse y rearmarse para poder volver a tener un papel protagonista en el tablero español. Quizás ese rearme pueda ejemplificarse en el Pacto de San Sebastián de 1930 cuyo texto tiene una clara voluntad de poder. El republicanismo reprimido se gestaba en el exilio, la clandestinidad y la marginalidad política pero no por ello perdía impulso político.
El fracaso de la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1931), última vuelta de tuerca reaccionaria de la Restauración propició la oportunidad idónea al republicanismo para su segunda oportunidad histórica. Hablamos por supuesto de la Segunda República, cuya gestación y evolución revalidó la tensión entre el republicanismo plebeyo y el republicanismo patricio. En este caso el recelo y hostilidad sería recíproco. Un recelo que tensionó las relaciones de la república con su base popular y erosionó sus posibilidades de éxito en el panorama europeo.
El PCE de Pepe Díaz, fuertemente dependiente de la III Internacional, recibió con gran hostilidad la promulgación de la República en el 14 de abril. Los comunistas españoles se mostraron escépticos con las posibilidades de este nuevo experimento teniendo en cuenta cómo había terminado el anterior y acabaron asociándola al proyecto liberal burgueses y socialfascista. Los sucesos de Asturias de 1934 provocaron una fuerte reacción tanto a izquierda como a derecha que propiciaron que la hostilidad inicial del PCE durante el 31 desapareciera de cara al 36 y llegara incluso a participar en el gobierno del Frente Popular.
El PCE que durante el periodo republicano había sido una fuerza menor, casi marginal, adquirió en el conflicto bélico mayor peso, prestigio y relevancia. La ayuda de la URSS a la Segunda República proporcionó al PCE una plataforma para tomar impulso político y alcanzar altas cuotas de participación tanto en el gobierno como en el ejército republicano. Así, la necesidad más que la propia convicción política, determinó la alianza táctica que se fraguó en la Guerra Civil entre comunistas y republicanos. Tenemos por lo tanto dos puntos clave en la relación de republicanismo y socialismo, un primer momento de hostilidad y enfrentamiento y otro muy claro, a partir del VII Congreso de la Komintern, de apoyo y colaboración en el Frente Popular. Una colaboración, que como afirmara Juan Negrín, fue clave para la resistencia de la legalidad republicana durante la Guerra Civil.
Esta alianza duró poco puesto que tras la derrota republicana en la Guerra Civil, el marco de la Guerra Fría impuso una lógica de bloques que terminó escorando al republicanismo a posturas fuertemente anti-comunistas. El republicanismo rechazaba frontalmente la vía estalinista del socialismo en un sólo país que leían como una lógica autoritaria, negadora de principios democráticos ilustrados y represora. Curiosamente esta lectura, como señala el autor, se reforzó con el uso de comunistas renegados como Julián Gorkín que terminaron colaborando con el gobierno de los EE. UU. a través de sus proyectos de la CIA para desestabilizar la influencia de la URSS y el propio proyecto comunista.
Ante dicha situación el republicanismo histórico trató de trazar una tercera vía infructuosa entre el comunismo soviético y el capitalismo americano; una tercera vía que no terminó de echar raíces y condenó finalmente al republicanismo a su desaparición dentro de la esfera política española. Su opción se quedó sin margen de maniobra siendo rechazada por ambos bloques y sin posibilidad de representación. Fueron las organizaciones de los distintos socialismos quieres recogieron la carga simbólica del republicanismo menguante sin que con ello se recogiese necesariamente la herencia del capital político y cultural del republicanismo español que se perdía en el panorama ibérico. Ejemplo de ello fue su nula representación en las primeras elecciones democráticas de 1977.
El contexto de la Transición provocó que incluso esta reivindicación simbólica del republicanismo por las distintas corrientes socialistas y comunistas terminase perdiéndose en el olvido como bien lo ejemplifica la renuncia oficial al mismo por parte de Santiago Carrillo en la reunión del Comité Central del Partido Comunista de España celebrado en 1977 en Estrasburgo aún en el exilio. Ante esta perspectiva pareciera que la Transición terminase de sepultar a una tradición política de dos siglos de lucha y existencia. A pesar de ello nuestro autor afirma que su difuminación política no implicó su desaparición. Se mantuvo, de forma sutil e inesperada, soterrada en las experiencias de lucha de la transición, en las lógicas que imperaron en diversos movimientos políticos y sociales y que plantaron cara a un franquismo sin Franco que aún mordía.
Como afirmara George Rudé: la batalla por los Derechos del Hombre continua, pero ahora se iba a disputar bajo banderas y consignas muy distintas a aquellas de 1789. Para nuestro caso podríamos decir que esas “banderas y consignas” siempre mutaron desde aquellas de los exaltados gaditanos, de los liberales radicales del Trienio Liberal, de los demócratas que se alzaron tras la Regencia de Espartero y lucharon durante la Década Moderada llegando incluso a clímax políticos como el Bienio Progresista y le Sexenio Revolucionario; las “banderas y consignas” diferentes pero con el mismo latir, el mismo rugir abisal, de la década de los treinta y la larga noche de piedra del franquismo. La semilla del republicanismo, como movimiento político emancipador, germinó en el siglo XIX y extendió sus raíces con dificultades en la compulsa historia española. Nuevas luchas, nuevos desafíos con distintas banderas y consignas, pero un mismo impulso, una misma pasión política.
El último ejemplo que trae a colación el autor para cerrar la entrevistas es ilustrador de lo anteriormente expuesto. La participación de la población activa en pos de la res pública llevó, en un contexto muy difícil, a que los y las comunistas de España fundaran las Comisiones Obreras (CCOO), cuya experiencia social le llevó a desarrollar una actividad política constituyente de defensa de lo común a través de movilizaciones y acciones colectivas de vital importancia en la transición. El republicanismo no se perdió en la bruma de la historia, sino que continúo y continúa bajo nuevas formas, bajo nuevas banderas, con nuevas consignas en las cuales resuena un eco, como una enorme ola de larga duración, ese grito popular: “¡Abajo lo existente!”.

A día de hoy esta herencia republicana, ampliamente diseccionada en la obra, puede ser útil si asumimos que es una larga tradición de combates libradas por generaciones pasadas. Combates emancipadores, cada uno en su momento concreto, que trataron de impugnar de vencer a las lógicas de dominación, de exclusión; a las lógicas de explotación y desposesión que continúan existiendo, aunque éstas también, bajo nuevas formas.
La utilidad del republicanismo radica en resaltar el hecho que ni somos los primeros, ni seremos los últimos en articular proyectos y formas de resistencia y al mismo tiempo presentar horizontes donde la humanidad aparezca más liberada. No hay un punto final, las grandes narraciones concluyentes han terminado mostrando que no hay un progreso indefinido e incluso puede haber retrocesos, pero frente a esos retrocesos podemos contar y recurrir a ese capital cultural y político, a esas experiencias de resistencia que en la actualidad nos pueden orientarnos en la imperante incertidumbre.
El republicanismo se puede presentar como la reconstrucción de complicidades, alianzas y colaboraciones que a través de ejemplos como la Renta Básica Universal (RBU), iniciativa de clara inspiración republicana, plantee objetivos nuevos que permitiesen rearticular mayorías sociales para la transformación política.
Los ideales republicanos, concluye el autor, pueden tener una doble utilidad. Por una parte, saber de dónde venimos, saber cómo actuaron y cómo enfrentaron nuestras generaciones pasadas con sus propias experiencias de dominación tanto en la construcción del estado liberal como en la construcción del sistema de mercado capitalista que padecemos hoy. Nos puede ayudar a entender que formamos parte de una historia en desarrollo, que no es una historia cerrada, es nuestra historia, que la asumimos como propia, aunque como organización en ocasiones no estuvimos a la altura, como en los primeros años de la Segunda República, pero es la nuestra. Con errores y aciertos.
En segundo lugar, como filosofía política entroncada con la perspectiva de transformación social de lo existente que nos puede facilitar instrumentos de modalidades de acción colectiva y de análisis de las experiencias actuales que se sostengan sobre un patrimonio que no debemos desechar. Se convierte pues, en una pieza a la que no tenemos que renunciar y por el contrario con la que debemos explorar, junto a la razón critica, para unas perspectivas de transformación del futuro.
En el presente, con el acceso de Donald Trump a la Casa Blanca y el futuro de tecno-oligarcas ultras dispuestos a aspirar las conquistas sociales de la centuria pasada, el republicanismo no se presenta como un elemento del pasado. Es una expectativa latente, soterrada y en ocasiones olvidada que en algún momento puede contribuir decisivamente a revertir procesos de desposesión de tipo nuevo de derechos que creíamos adquiridos, asumidos y garantizados.
El futuro del tecno-feudalismo capitalista y la amenaza de la sexta extinción, plantea un horizonte nada halagüeño en el que nuestro autor ha rebajado sus cuotas de optimismo desde la publicación del libro. Pese a ello ante los estertores del futuro, el republicanismo, defiende el autor, puede implicar una preservación política y social. En lo que venga después puede mantener el pulso y que continúe latiendo ese espíritu republicano de compromiso con el ideal de ciudadanía, de igualdad, fraternidad y de libertad. Términos que en su época fueron el terror de la oligarquía terrateniente y que aún pueden dibujar una sonrisa en las clases populares para hacer tambalear “lo existente”: generar conciencia cívica y de clase; y con ello engordar esa gran ola que aún está por romper.