El hacinamiento, las humedades, la falta de luz natural, la ventilación y la temperatura de una vivienda está correlacionado con depresión, ansiedad, accidentes, enfermedad y muerte

“Luchar contra la distribución desigual del poder, el dinero y los recursos, a nivel mundial, nacional y local; y mejorar las condiciones de vida, es decir, las circunstancias en que la población nace, crece, vive, trabaja y envejece”. Estos son dos de los tres principios de acción que se plantea la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre cómo mejorar la salud de las poblaciones. Si todo esto se junta con la Declaración de Alma-Ata que dice que “los gobiernos tienen la obligación de cuidar la salud de sus pueblos”, lo que nos sale es que el Estado debe cuidar nuestra salud y para ello ha de mejorar nuestras condiciones de vida y distribuir de forma justa la riqueza. Y en España, hoy, esto no se cumple en muchos aspectos de nuestra vida, y uno de ellos es la vivienda.
¿Pero, concretamente, cómo afecta la vivienda a la salud? Pues son varios los mecanismos y muchos los ejemplos, porque no basta con tener cualquier casa para poder vivir dignamente, igual que no basta con cualquier salario para dejar de ser pobre.
Para empezar: Tener o no una casa en propiedad se correlaciona con una mayor o menor esperanza de vida. Un estudio en EE.UU. con datos de 1979 a 2020, encontró que las personas con una vivienda en propiedad tenían, de media, 3,5 años más de esperanza de vida; otro estudio también en EE.UU., encontró una media de 4,1 analizando el periodo 1997-2014. Datos similares se encuentran en Bélgica, donde también se correlacionó tener una vivienda en propiedad con 3,5 años de aumento de esperanza de vida tras analizar las cifras de mortalidad desde 1991 a 2020. Y los datos son testarudos: la propiedad de una vivienda se relaciona con una mayor esperanza de vida.
Cada año hay cuatro millones de muertes prematuras en el mundo causadas por la mala combustión de cocinas o braseros
Existen además causas de muerte relacionadas con las condiciones de la vivienda, como las provocadas, por ejemplo, por braseros mal apagados. La OMS estima en cuatro millones las muertes prematuras causadas por la mala combustión de cocinas o braseros en todo el mundo. Y eso sí tiene que ver con las condiciones de esas viviendas: ventilación, temperaturas, etc. También encontramos causas de muerte, o de lesiones al menos, en eventos traumáticos. Un estudio llevado a cabo en Escocia mostró que el acceso garantizado a una vivienda que reúna unas condiciones aceptables se relaciona con menos accidentes y lesiones en niños y niñas.
Y si queremos dejar de hablar de causas de muerte, podemos enfocar hacia otros aspectos de nuestra salud física, pues tenemos datos de que las condiciones de la vivienda se relacionan, por ejemplo, con enfermedades respiratorias como asma, EPOC, neumonía u otras infecciones respiratorias. También afecta a cómo nos cuidamos. Estudios realizados por un equipo de la Universidad de Washington (EE.UU.) en 2021 relacionan la inestabilidad en la calidad de la vivienda con fallos en la toma de los tratamientos.
Pero esto no sucede solo con la salud física, como quedó en evidencia durante los confinamientos en la pandemia. Tenemos estudios que relacionan el acceso a luz natural, terrazas o patios con un menor impacto negativo en la salud mental, especialmente en población infantil. También sabemos que las malas condiciones de la vivienda afectan a nuestro funcionamiento psíquico. En Melbourne (Australia) se correlacionó la presencia de humedades y moho en las viviendas con un deterioro de la salud mental, encontrando un aumento de la prevalencia de depresión o ansiedad en adultos.
Los problemas para afrontar el pago de la vivienda se asocian a un aumento del 2,5% del riesgo de un trastorno mental común y del 2,0 % del riesgo de trastornos del sueño
Aunque el aspecto de la vivienda que tiene mayor potencial para perjudicar nuestra salud mental es lo relativo a la parte de la renta familiar que supone el pago del alquiler o la hipoteca. Un estudio en Shanghai (China) encontró que un aumento del 1% en el precio de la vivienda se relaciona con un aumento del 1,1% de la depresión y del 1,4% en síntomas como desesperanza o no encontrar sentido a la vida. Igual que un grupo de investigación británico, que estudió el periodo 2009-2019, vio cómo los problemas para enfrentar el pago de la vivienda se asociaron con un aumento del 2,5% del riesgo de experimentar un trastorno mental común y del 2,0% del riesgo de trastornos del sueño.
Y todo esto se suma a la tercera pata: lo social, lo relacional. Porque no solo es que nuestras redes sociales generen o sostengan conductas buenas o malas para la salud, es que la propia existencia o no de esas redes, es decir, que tengas o no relaciones sociales en cantidad y calidad, también determina tu salud. Y aquí la vivienda también juega un papel. Por ejemplo, en la disponibilidad o no de espacios para pasar tiempo a solas cuando se quiera o se necesite, o en el hecho de vivir en condiciones de hacinamiento, que sabemos que, paradójicamente, existe una percepción de apoyo social mucho más bajo. Estos datos los encontramos también en Alcalá de Henares cuando mi propio grupo de investigación encontró que la soledad no deseada era de un 33,8% en personas que vivían acompañadas y de solo un 19,7% en personas que vivían solas, y esto es esa parte social de la salud que también nuestra vivienda condiciona.
En fin, que nuestra casa nos puede quitar el sueño, la salud, y hasta la vida. Todo esto se conoce desde hace años y hay toneladas de evidencia científica que lo respaldan. Estamos manteniendo un sistema que sabemos que genera mala salud, enfermedad, discapacidad y muerte a nuestra población. La vivienda condiciona siempre. Y la vivienda en España está quitando la salud y la vida a cientos de miles de familias.
Fuente: Daniel Cuesta en Mundo Obrero
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