El acceso a la energía no puede continuar siendo un «bien de mercado» sino un derecho básico para la seguridad humana. Y que algo tiene que cambiar para que esto sea posible
Joseph Goebbels, Rudolf Hess y Hermann Goering en 1936, y Josep Borrel en la actualidad opinan que «Si es necesario, alguna vez podremos arreglárnoslas sin mantequilla, pero nunca sin cañones». Porque los cañones hacen fuerte a un imperio y la mantequilla lo vuelve gordo. Nosotros estamos convencidos de que a quien hace fuerte el incremento del gasto militar, aceptado por la UE a instancias del estratégico chantaje de «Dólar Trump», es al imperio armamentístico y al fascismo. Y como Grupo de Energía y Medio Ambiente del PCE estamos claramente en contra de seguirle el juego a la industria de las armas y a favor de la seguridad vital de las personas; esa seguridad hídrica, alimentaria, energética, sanitaria, educacional, cultural, ambiental que se cita en la Constitución, pero no se lleva a la práctica, la «mantequilla» que engorda la democracia y la participación ciudadana. De nuevo los canallas de siempre se envuelven en la bandera de un nuevo patriotismo «europeo» intentando confundirnos y hacernos olvidar que —salvo transitorias excepciones— quien sale perdiendo de esta nueva escalada del gasto militar es la clase trabajadora.
La energía —uno de los temas de los que se ocupa nuestro Grupo— es fundamental en la producción de alimentos y bienes, en el desplazamiento necesario para nuestras actividades, en la climatización adecuada de nuestros hogares, en la conservación de alimentos, en la comunicación, etc. Sin acceso a la energía no es posible una vida en condiciones dignas. Las formas de obtención de esta energía son una de las principales causas del cambio climático, pero solamente con la transición a otras energías consideradas «limpias» no es suficiente. Se queman combustibles fósiles para generar electricidad, pero también para alimentar el transporte y muchos procesos industriales, que con la tecnología actual no pueden ser electrificados. La quema de estos combustibles libera grandes cantidades de gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera, cuyo aumento descontrolado provoca un aumento de la temperatura global e importantes perturbaciones en el clima, pero la construcción de parques eólicos y fotovoltaicos, o embalses para centrales de bombeo tampoco es inocente de estas perturbaciones.
Esto ha llevado a los gobiernos a la aplicación de medidas regulatorias que favorezcan la transición hacia fuentes de energía alternativas, que produzcan muchas menos emisiones durante su funcionamiento. Todo este esfuerzo por avanzar hacia una economía baja en carbono ha tenido un resultado que podemos calificar de asimétrico. Mientras que las estrategias de apoyo a la instalación de sistemas fotovoltaicos en los tejados de fábricas y chalets, y las ayudas a la compra de coches eléctricos han tenido un rápido desarrollo, las redes de distribución en los barrios marginales y el resto de acciones que aseguren el acceso a la energía de los más desfavorecidos, que debería ser un derecho fundamental, sigue sin tener fondos públicos para llevarlo adelante.
Como apuntábamos antes, hay un aspecto en este esfuerzo de descarbonización de la energía que se suele ocultar interesadamente. Es el hecho de que, en el estado actual de la tecnología, una parte muy significativa del gasto energético actual no es electrificable. Si bien el porcentaje exacto puede oscilar entre el 80% de las posturas más rigurosas hasta el 40% de los más optimistas, sectores como la producción de acero, cemento y algunos productos químicos, la aviación, el transporte marítimo y el de carga pesada por carretera, son actividades, sino imposibles, muy complicadas de electrificar, y sobre todo totalmente antieconómicos.
Esta imposibilidad de obtener del sol y del aire una parte muy significativa del gasto energético no arredra a muchos inventores, dispuestos a obtener financiación pública para sus actividades. «Si no se pueden electrificar de forma directa lo haremos de forma indirecta, a través de la producción de otros vectores energéticos limpios utilizando electricidad renovable». ¡Loable intento! El único problema es que de momento el «Hidrógeno Verde» haya demostrado más problemas de aplicación práctica que ventajas, y los «Combustibles Sintéticos», fabricados combinando hidrógeno «verde» con CO2 «capturado», o los «Biocombustibles Sostenibles» no dejen de ser combustibles, cuya aportación a la descarbonización sea más que discutible.
Dos ideas más para terminar. La primera es que «La energía más limpia es la que no hay que producir». La mejora de la eficiencia energética y la reducción del consumo de energía son acciones eficaces para reducir la presión sobre los recursos naturales y combatir el cambio climático, disminuyendo drásticamente la contaminación asociada a la generación de energía, sea cual sea la fuente utilizada para su generación. De estos aspectos fundamentales para luchar contra el cambio climático se habla muy poco, seguramente porque el rendimiento económico esperable de esta actividad es muy escaso.
La segunda no es otra que afirmar, una vez más, que el acceso a la energía no puede continuar siendo un «bien de mercado» sino un derecho básico para la seguridad humana. Y que algo tiene que cambiar para que esto sea posible.
Fuente: Mundo Obrero