Jean-Marie Le Pen, fallecido hoy martes 7 de enero a los 96 años, quedó marcado por una vida pública que osciló entre la xenofobia y la consolidación de un discurso que reconfiguró a la extrema derecha francesa. Expulsado del Frente Nacional por su propia hija, Marine Le Pen, y testigo del cambio de nombre de un partido que él moldeó durante cuatro décadas, su figura genera tanto repudio como debate. Desde su trayectoria política hasta sus escandalosas declaraciones, su impacto ha sido calificado por muchos como una herencia tóxica.
Nacido en 1928 en La Trinité-sur-Mer (Morbihan), Jean, Louis, Marie Le Pen quedó huérfano de padre a los 14 años. Sin embargo, los detalles en torno al naufragio de su progenitor alimentaron un mito construido con fines políticos. Durante años, Le Pen explotó la narrativa de “muerte por la patria”, pese a que testimonios posteriores vincularon el incidente a actividades relacionadas con el abastecimiento de intereses alemanes durante la ocupación nazi. Este episodio marcaría el inicio de una vida llena de tergiversaciones y manipulaciones históricas en beneficio de su imagen.
Tras estudiar derecho en París, Le Pen inició una breve carrera militar en Indochina y, más tarde, en Argelia, donde participó activamente como oficial de información durante la batalla de Argel. Su rol en la utilización de la tortura para obtener información, ampliamente documentado por historiadores y periodistas, dejó una huella indeleble en su trayectoria. Le Pen nunca negó estos hechos; más bien, los minimizó, justificando los métodos empleados como “los menos violentos posibles”. Estas afirmaciones, junto con su postura revisionista sobre la ocupación nazi, revelan un desprecio por las víctimas y por la verdad histórica.
El auge de un discurso de odio
Jean-Marie Le Pen fue un maestro de la provocación. Desde sus primeras incursiones en política con el movimiento Poujadista hasta la fundación del Frente Nacional en 1972, utilizó un discurso que apelaba al miedo y al rechazo a lo diferente. Su famoso lema “Francia y los franceses primero” encapsuló una agenda que culpabilizaba a la inmigración de los males sociales, mientras exaltaba un nacionalismo excluyente. Sus comentarios antisemitas y homófobos, así como sus múltiples condenas judiciales, reforzaron su imagen como un político polarizador y divisivo.
Aunque Le Pen logró unificar diversas corrientes de la extrema derecha bajo el Frente Nacional, su visión autoritaria lo llevó a convertir el partido en un proyecto familiar. Este control absoluto provocó divisiones internas y una escisión significativa en 1998, liderada por Bruno Mégret. A pesar de estas tensiones, Le Pen consiguió mantener su liderazgo hasta 2011, cuando su hija Marine tomó el mando con el objetivo de “dediabolizar” al partido.
Jean-Marie Le Pen deja tras de sí un legado de odio y xenofobia. Su ferviente anticomunismo destacó como un eje central de su discurso político. Más allá de la mera oposición ideológica, Le Pen demonizó sistemáticamente a cualquier fuerza progresista asociada al comunismo, describiéndolas como enemigas de la nación y de los valores occidentales. Este odio visceral, que a menudo rozó la paranoia, sirvió como una herramienta para movilizar el miedo y la desconfianza hacia sindicatos, movimientos sociales y partidos de izquierda. Al igual que con otros aspectos de su retórica, su anticomunismo no buscaba la confrontación de ideas, sino la anulación completa del adversario mediante la caricaturización y el desprecio. Así, Le Pen consolidó una figura que no solo dividió a Francia, sino que encarnó los peores excesos de una política basada en la polarización y la destrucción del diálogo democrático.
Fuente: Mundo Obrero