Enfrentemos la xenofobia, el racismo y la reacción con las mejores tradiciones del movimiento obrero
El inicio del mandato de Donald Trump en Estados Unidos ha estado marcado por su gesticulación en materia migratoria. En el caso de Colombia, después de la negativa inicial del gobierno de Gustavo Petro, la amenaza de sanciones comerciales ha logrado imponer la aceptación de varios vuelos de repatriación. Pese al ruido generado no hay que dejarse llevar por las apariencias. Al igual que Giorgia Meloni en Italia con sus flamantes centros de detención en Albania, las medidas del mandatario norteamericano no serán capaces de dar un giro en las grandes tendencias de desplazamiento de la población que caracterizan el capitalismo globalizado de nuestros días. El discurso xenófobo genera monstruos que hay que alimentar y las estrellas ascendentes de la derecha mundial deben pagar su tributo.
Ahora bien, que las medidas adoptadas tengan mucho de sobreactuación para la galería no significa que dejen de ser perniciosas. Más allá de las miles de personas directamente afectadas, los retrocesos en materia de derechos, libertades e integración social los van a pagar millones de inmigrantes y el conjunto de la sociedad. Habrá un incremento de las muertes en los tránsitos fronterizos, más discriminación, una desigualdad mayor y una forma de vida enrarecida en sociedades donde cerca de un cuarto de su población es fruto de una inmigración reciente en términos históricos. Parafraseando a Marx, no hay población libre mientras se asiente sobre la dominación de un parte de la misma. Piensan que pueden utilizar mano de obra como en el siglo XIX. Hasta ahora, el señuelo de la inmigración descontrolada ha resultado eficaz para desviar la atención ante el malestar creciente en las sociedades capitalistas más enriquecidas. Según este espejismo, bastaría por controlar los flujos de población. Se equivocan. Ni el deterioro de los sistemas de sanidad, educación y servicios sociales se va a detener con políticas duras en materia migratoria, ni estas serán capaces de ofrecer una alternativa a la mayoría de una juventud hastiada y sin perspectivas.
Aunque pueda cundir el desencanto ante el lamentable espectáculo de mayorías electorales cada vez más a la derecha, retengamos su causa primera, la incapacidad del capitalismo que ha operado con menos contrapesos desde el inicio del siglo XX para dar estabilidad a su sistema, la necesidad de ampararse en cortinas de humo para recomponer su dominación. Si reflexionamos con mirada larga, no es de extrañar que la izquierda no haya sido capaz de articular el descontento tras la derrota sufrida por el socialismo real y la endeblez de los modelos alternativos viciados de retórica y carentes de articulación social. Tenemos que ser capaces de aprender de los procesos históricos de larga duración. No estamos condenados a una falta de alternativas. La clase obrera se ha construido siempre, social y políticamente, en torno a desplazamientos de población y mestizajes. Pensemos en el papel de los irlandeses en la Inglaterra de El Capital, en el papel de españoles e italianos en el primer movimiento obrero latinoamericano, en la emigración rusa en Europa occidental o en el éxodo del campo a la ciudad en tantas sociedades. No son tiempos de resistencia, de defensiva frente a una deriva irracional y agresiva. Son tiempos de imaginación, de reinventar formas de organización de una clase obrera diversa, con cambios culturales tan importantes como los que se producen en el sistema productivo. Enfrentemos la xenofobia, el racismo y la reacción con las mejores tradiciones del movimiento obrero.
Fuente: Mundo Obrero