Hubo un tiempo que en la Mancha no había Quijotes, ni molinos, ni siquiera el trigo inundaba todavía sus extensos campos. Hablamos de una época en que el ser humano toma su primer contacto con la agricultura, en que elabora las primeras hoces y con gran esfuerzo físico aplastaba el grano con muelas de granito para obtener harina. Se trata de la Prehistoria Reciente. Una época que en la Península Ibérica se divide en el Neolítico, Calcolítico y Edad de Bronce. Un tiempo interesante si hacemos las preguntas adecuadas, por ejemplo: ¿cómo se originaron las desigualdades?, ¿hay modos de producción que tiendan más a la desigualdad que otros?, o ¿cuándo podemos empezar a hablar de sociedades patriarcales?
En Castilla La Mancha encontramos yacimientos que despiertan nuestra imaginación, hacen fluir hipótesis y reconstrucciones hasta de las mentes no especializadas. Es lo que Nieto Galio y Sánchez Meseguer nombraron Bronce manchego. En este periodo destaca la cultura de las motillas, fortificaciones de piedra en forma de espiral que, entre otros fines, servían para el almacenamiento de recursos hídricos. La Motilla de Azuer, en Daimiel, probablemente sea la más famosa. Si nos alejamos del área manchega y nos acercamos más al sur, a las provincias de Murcia, Almería y Granada, damos con la cultura argárica, en la cual se evidencian rasgos significativos de estratificación, estructuras jerárquicas más o menos fijas, y clases sociales. La excavación del Palacio de Almoloya, en Pliego, entre 2013 y 2015, reforzó las hipótesis que los arqueólogos venían sosteniendo hacía tiempo: que la organización social de la cultura argárica estaba marcadamente dominada por estratos sociales, con una aristocracia que disponía de palacios centralizados, al igual que en otras civilizaciones más conocidas, como la micénica. Aunque, como todo lo que trata de la Prehistoria Reciente, las hipótesis siempre están sujetas a nuevos hallazgos, mejoras técnicas o reinterpretaciones que reconstruyan con mayor detalle la realidad histórica.
Para conocer más de esta época hemos charlado con Rodrigo Villalobos, doctor en Arqueología por la Universidad de Valladolid y autor del libro: Comunismo originario y lucha de clases en la Iberia Prehistórica, publicado por primera vez por Sabotabby press y que la editorial Ático de los Libros reeditará próximamente. Una obra a la par divulgativa, y a la vez síntesis de los debates que se dieron en el mundo de la antropología, la arqueología o la etnología desde los tiempos en que estas ciencias todavía no habían sido apellidadas con tales nombres. El hilo conductor que sigue Villalobos es ni más ni menos que el clásico de Engels: El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, el cual, según cuenta en su libro, leyó hasta en tres momentos diferentes: primero como estudiante en busca de respuestas; más tarde con la mirada crítica y suspicaz del especialista y, por último, revalorando las lúcidas preguntas que se hacía el viejo alemán hace ya más de siglo y medio. Unas preguntas que nos siguen apelando. Porque en las ciencias sociales muchas veces importan más las cuestiones que se hace el investigador que los hallazgos que encuentra. Y, como nos dice: “lo que a mí me interesaba desde que estudiaba en la facultad era el surgimiento de la desigualdad”.

Lo primero que le preguntamos es qué puede ofrecer la divulgación arqueológica a nivel social, por qué es tan importante sintetizar esos debates y acercarlos al gran público. Nos responde que una de las cosas que le llevaron a escribir el libro era la necesidad de “llenar ese vacío que existe entre las publicaciones más generalistas y las más especializadas.” Y es que la Prehistoria Reciente está llena de tópicos, muchas de estas creencias están orientadas a cómo construimos el pasado. Un pasado que puede ser más indulgente con nuestro propio presente, o que puede cuestionarlo desde diferentes perspectivas.
Siguiendo este hilo le pedimos que nos diga qué hay de cierto en el esquema clásico del desarrollo humano que todavía se sigue estudiando en centros educativos, es decir, el de cazadores recolectores que son nómadas e igualitarios y de sociedades que dominan la agricultura que son sedentarias y tienen una marcada estratificación social. ¿Acaso las mejoras tecnológicas implican automáticamente mayor dominación? Nos comenta que este esquema puede servir a nivel educativo, ya que lo que se suele estudiar es el Creciente Fértil, y en estas civilizaciones el esquema se cumpliría. Ahora bien, “es erróneo trasladarlo al debate especializado”, porque si algo es común en los estudios antropológicos y arqueológicos es que “las excepciones siempre abundan” y no se puede trasladar a todos los episodios de desarrollo humano un único esquema.
Su libro, por su parte, se orienta por las categorías del antropólogo Morton Fried: sociedades igualitarias, sociedades de rango y sociedades estratificadas. Le preguntamos por qué eligió estas categorías y no otras. “Existen otras más populares”, afirma, “como la de: bandas, tribus y jefaturas, de Julian Steward y Elman Service”. Pero elegir las herramientas conceptuales también es una forma de aproximarse a la materia con un enfoque u otro, y donde pretendía incidir era precisamente en la organización social de estas sociedades y su relación con la explotación. Al usar estas categorías, nos dice, intentaba alumbrar la mucha distancia que existe entre sociedades donde las diferencias de prestigio sitúan en un determinado momento a alguno de sus miembros en un rol prominente, y la existencia de estructuras de explotación orientadas a que “una minoría haga trabajar a otro grupo de personas para obtener su excedente”. Es decir, que la presencia de autoridad no significa que existan estrategias de control del trabajo humano basadas en la propiedad. En el caso de las sociedades igualitarias y de rango es posible que existan figuras con mayor prestigio que otras, pero estas fluctúan en el tiempo y no ostentan “derechos exclusivos sobre los recursos estratégicos”.
En relación a esto, nos recuerda que la aproximación a las sociedades igualitarias es siempre compleja, entre otras cosas, por la escasez de material arqueológico, de tumbas, de cuerpos o ajuares que estudiar. Al preguntarle por las motillas de la Mancha y el modo en que estas culturas se organizarían ocurre algo similar. No hay suficientes hallazgos que nos ayuden a determinar con certeza qué grado de igualdad existía en ellas. Tampoco él es especialista en esta materia en concreto, por ello nos refiere a la publicación de otros investigadores: Marcelo Peres y Roberto Risch. Una de las hipótesis que defienden en su artículo publicado en Trabajos de Prehistoria es que las Motillas fueron sociedades que, en un momento dado, se organizaron a la defensiva frente al Estado amenazador argárico.
Si bien la división de tareas en función del sexo parece ser algo bastante extendido a lo largo de la Prehistoria, eso no tiene por qué presuponer el patriarcado
Otro tema que nos causa interés, y que él aborda en su libro, es el patriarcado y ciertos tópicos que justifican la división sexual del trabajo en base a actitudes físicas, como que los hombres están más predispuestos a la caza y a la violencia que las mujeres. Nos dice al respecto que, si bien la división de tareas en función del sexo parece ser algo bastante extendido a lo largo de la Prehistoria, eso no tiene por qué presuponer el patriarcado, es decir, una dominación estructural en que las mujeres estén privadas de la toma de decisiones y de la participación activa en la comunidad, ni a una completa segregación por géneros. Tampoco es cierto que no haya casos en que las mujeres jueguen el papel de cazadoras, en su libro menciona a “las gentes del Kalahari, matsés del Amazonas o ache del Paraguay”; al igual que también hay evidencias de sociedades donde las mujeres participan en la guerra. Desde luego, nos remarca, que “siempre hay muchas excepciones” y sería un error hacer un modelo generalista que nos diga cómo, cuándo y por qué se origina el patriarcado en todas las comunidades humanas. “Al fin y al cabo el ser humano no es una máquina que esté predeterminada para actuar de una única manera”. Los tópicos, en este sentido, proliferan, “desde el salvaje que se imaginaban en el siglo XIX para justificar el imperialismo”.
Terminamos ahondando en este aspecto: el porqué todavía ciertos sectores rastrean la historia en busca de una esencia humana, una suerte de sociedad natural. “Todos necesitamos justificar nuestras preferencias”, nos dice, y ante una disyuntiva argumental, afirmar que “lo mío es lo natural” siempre ha servido para legitimar nuestra posición. Pero para él “la prehistoria ya pasó”, no tiene sentido buscar todas las respuestas a las preguntas de nuestro mundo del capitalismo contemporáneo en personas que vivieron hace miles de años. Tampoco tiene sentido enrocarse en posturas primitivistas que romantizan el pasado prehistórico. Nos recuerda la famosa frase de Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Aquellas personas hicieron lo que pudieron para sobrevivir, y buscar una esencia sería delimitar la diversidad organizativa de la que es capaz el ser humano. Esto es lo interesante, nos remarca, y fue otro de los motivos que le llevaron a escribir el libro: hacer entender que “el ser humano es diverso, plástico” capaz de crear organizaciones sociales muy diferentes. Si algo podemos aprender, por tanto, es que “siempre hay alternativa a nuestra sociedad capitalista hegemónica.”
La Prehistoria Reciente, por tanto, ya pasó. No son una excepción los ejemplos que abordamos al inicio: la sociedad argárica, después de 700 años, desapareció, probablemente debido a múltiples factores como cambios en el clima y conflictos internos. Algunos investigadores apuntan a una “revolución interna”. De las motillas en la Mancha solo nos quedan los yacimientos. A escasos kilómetros de nuestra ciudad tenemos El Acequión, ocupado más tarde por los iberos ya en la Edad de Hierro. Luego llegarían los Quijotes, la muela manual daría lugar al molino de viento y la vid y el trigo se extendería por los extensos campos. Si algo aprendemos con Rodrigo durante nuestro recorrido por estos tiempos interesantes es que el ser humano tiene una enorme capacidad para organizarse de múltiples maneras, que la explotación, las clases sociales y la desigualdad no son fenómenos inherentes a nuestro carácter de animal social. Y que nuestro mundo del capitalismo globalizado, de las abruptas clases sociales y la desigualdad, ni es el “mejor de los mundos posibles”, ni mucho menos el único que podemos construir. Porque como recoge Rodrigo en Comunismo Originario: “La arqueología y su divulgación guardan cierto potencial emancipador si conseguimos que contribuyan a la lucha por la construcción de un mundo menos coercitivo y más cooperativo, menos explotativo y más recíproco, menos desigual y más horizontal: un mundo más libre, más igualitario y más fraternal.”
