Estadounidenses y belgas lo eliminaron el 17 de enero de 1961
A finales de la década de los cincuenta el proyecto colonial europeo estaba en apuros. Patrice Lumumba había nacido en 1925 en el Congo Belga, que era Congo pero no de Bélgica, por causa de la enfermedad colonial e imperialista puesta de moda por las potencias europeas del siglo XIX. Hace poco los belgas pidieron perdón por el genocidio cometido por sus ancestros, incluidas las disculpas por haber participado “políticamente” en el asesinato de Lumumba. Viene bien recordar por causa de la memoria El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Una novela que sigue siendo fundamental para entender el fenómeno del imperialismo colonial. Basada en un hecho real de la vida de Conrad, cuando remontó el Río Congo en 1890 y quedó traumatizado por la explotación y el genocidio que estaba llevando a cabo la colonización belga. Casi un siglo después, Coppola se basó en la obra para darle forma a otra criatura fundamental de la cinematografía contemporánea: Apocalypse Now.
A pesar de los perdones, el asesinato de Patrice Lumumba fue la carta de despedida colonial del imperio belga que continuó con la venganza con los colonizados.
La patria de Lumumba, República Democrática del Congo, es posiblemente el lugar de África en el que mejor se resume el expolio y el estado de la cuestión de la actualidad de las relaciones entre África y Europa. La primera revolución de los automóviles (caucho), la bomba atómica de Hiroshima (uranio), las balas de la guerra de Vietnam (cobre), los móviles (coltán), los drones y las baterías de los coches eléctricos (ambos de cobalto), tienen un punto en común: las materias primas que facilitaron estos procesos venían y vienen del Congo. Colonialismo económico que sorprendentemente pasa desapercibido para las masas consumidoras. El capitalismo salvaje tiene estas cosas, te devora y devora los espacios de donde se extraen las materias primas.
El asesinato de Lumumba fue un episodio más de la guerra sin tregua entre colonizadores y colonizados en la que siempre ganan los primeros. Otro magnicidio contra líderes africanos que pretendían emanciparse del dominio al que habían sido sometidos durante siglos.
Quería una verdadera independencia
A Lumumba lo mataron fruto de la culminación de un doble complot del que formaron parte estadounidenses y belgas. Ambos gobiernos utilizaron cómplices congoleños y un pelotón de ejecución belga para asesinarlo. El escritor Ludo De Witte lo cuenta detalladamente en El asesinato de Lumumba.
Fue durante el período colonial cuando Estados Unidos adquirió una participación estratégica en la enorme riqueza natural del Congo, tras utilizar el uranio de las minas congoleñas para fabricar las primeras armas atómicas que mataron a centenares de miles de personas en Hiroshima y Nagasaki. A los norteamericanos les estorbaba Lumumba, que una vez llega al poder quería lograr una verdadera independencia para tener pleno control sobre los recursos del Congo a fin de utilizarlos para mejorar las condiciones de vida de su pueblo. Que alguien como Lumumba interfiriera de ese modo en la economía mundial era visto como una amenaza para los intereses occidentales. Para combatirlo, Estados Unidos y Bélgica utilizaron todas las herramientas y recursos a su disposición para comprar el apoyo de los rivales congoleños de Lumumba y asesinos a sueldo dispuestos a venderse al mejor postor. Al fin y al cabo Lumumba quería unidad nacional en una zona inestable por los continuos deseos secesionistas provocados precisamente por la interminable interferencia exterior. Patria o Muerte, como dijo Ernesto. Lumunba se encontró lo segundo.
Lumumba lideró un movimiento independentista congoleño que le abrió las puertas para ser elegido democráticamente en las elecciones de 1960. Había creado el Movimiento Nacional Congoleño (MNC) en octubre de 1958 con la idea de exigir la independencia para crear un Estado soberano y laico, por encima de las múltiples divisiones étnicas, otro de los grandes problemas del país, amenazado por las influencias tribales que también veían en Lumumba a un enemigo por sus deseos de independencia y unidad total. A principios de 1959, las manifestaciones por la independencia dejaron casi cincuenta muertos en las calles de Leopoldville, momento en el que Bélgica acepta la posibilidad de negociar la independencia de los congoleños. Siempre tiene que haber muertos para conseguir causas justas. Bélgica no quería otra Argelia, por el coste que podía suponerles y porque los flamencos no eran Francia, evidentemente. Sin embargo, el movimiento nacional de Lumumba quería que esa emancipación fuera total y sin condiciones. La presión social y los procesos de descolonización que ya se manifestaban por fin en África logran que apresuradamente se les otorgue la independencia a los congoleños y resulte elegido Primer Ministro en junio de 1960. Duró pocos meses en el cargo. Lumumba no se calló, y tenía motivos. En su discurso de investidura señaló las injusticias y crímenes a los que se había sometido al pueblo congoleño durante la colonización, tal y como hizo Conrad en El corazón de las tinieblas:
“¿Quién podrá olvidar los tiroteos que mataron a tantos de nuestros hermanos o las celdas en las que eran arrojados sin piedad aquéllos que no estaban dispuestos a someterse por más tiempo al régimen de injusticia, opresión y explotación usado por los colonialistas como herramienta de su dominación?”.
Lo acusaron de comunista
El rey de los belgas estaba allí presente y, claro, rápidamente Lumumba es tachado de radical y de comunista, algo común en la Guerra Fría. Independencia económica, unidad nacional o antiimperialismo, en ese contexto periférico fuera de la política de bloques, era interpretado por Estados Unidos y sus amigos como un intento de dar la mano al enemigo soviético. La paranoia anticomunista, sin más. Bruselas y Washington lo vieron como el enemigo que podía cerrar las puertas de aquella rica despensa. Lumumba quería africanizar el país, empezando por las Fuerzas Armadas y terminando por el control estatal absoluto de las minas de Katanga, el sancta sanctorum de la riqueza del país y objeto de deseo de belgas y estadounidenses.
Los belgas se alían con Tshombe, líder de la zona de Katanga, personaje que para Lumumba era el guardián del imperialismo occidental mientras que el rebelde consideraba al mandatario como un dictador comunista. Lumumba, acorralado, pidió ayuda a la Unión Soviética. Lo que le faltaba. Lo apartaron del poder pocos meses después de su nombramiento y lo asesinaron el 17 de enero de 1961, fusilado junto a dos de sus colaboradores.
A su muerte, el Congo había caído bajo cuatro gobiernos diferentes. Dado que su asesinato eliminó lo que Occidente consideraba la mayor amenaza para sus intereses en el Congo, se emprendieron esfuerzos internacionales para restaurar la autoridad en la zona. Tan pronto como terminó este proceso de unificación surgió un movimiento social radical por una «segunda independencia» para desafiar al Estado neocolonial y su liderazgo pro-occidental. Este movimiento de masas de campesinos, trabajadores, desempleados urbanos, estudiantes y funcionarios públicos inferiores encontró un liderazgo entusiasta entre los lugartenientes de Lumumba, la mayoría de los cuales se habían reagrupado para establecer un Consejo de Liberación Nacional (CNL) en octubre de 1963 en Brazzaville, al otro lado del río Congo desde Kinshasa. Las fortalezas y debilidades de este movimiento pueden servir como una forma de medir el legado de Patrice Lumumba para el Congo y África en general. Los problemas se agudizaron en el Congo tras la muerte de Lumumba.
Si la novela de Conrad es un verdadero descenso a lo más profundo de la psique humana, una mirada hacia el salvajismo ancestral en el que parece caer el hombre al alejarse de las reglas y el orden de la civilización con la intención de eliminar la diferencia para su propio beneficio, con el asesinato de Lumumba se volvió a repetir la historia. La memoria de Lumumba nos da otra oportunidad para recordar y condenar por completo la violencia colonial que condujo al asesinato y posterior encubrimiento de miles y miles de personas.
Fuente: Antonio Segovia Ganivet en Mundo Obrero