
El día quince de octubre se conmemora el Día de la Mujer Rural y yo, que soy de ese mundo por origen y por conciencia, sé bien la labor que han llevado a cabo desde siempre las mujeres de nuestros pueblos, sabias y cuidadoras, transmisoras de conocimientos, tejedoras de alternativas y artífices de soluciones; no podemos explicar nuestra historia sin la complicidad, la urgencia y la ternura de las mujeres pegadas a la tierra que, en distintos lugares del mundo, crean vida y riqueza para cuidar a los suyos.
Fue en el año 2007 cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció, en una resolución aprobada el 18 de diciembre, “la función y contribución decisivas de la mujer rural, incluida la mujer indígena, en la promoción del desarrollo agrícola y rural, la mejora de la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza rural” así como “la contribución de las mujeres de edad de las zonas rurales a la familia y la comunidad, especialmente en los casos en que, debido a la migración de los adultos o por otros factores socioeconómicos, tienen que hacerse cargo de los niños y de las tareas domésticas y agrícolas” y, por lo tanto, “la urgente necesidad de adoptar medidas apropiadas para seguir mejorando la situación de la mujer en las zonas rurales”. Con este objetivo, la Asamblea General de la ONU instaba a los estados miembros a que desarrollaran las medidas que contiene la resolución y decidía declarar oficialmente el Día Internacional de las Mujeres Rurales.
Yo entendía, desde pequeña, por retazos de conversaciones de los mayores, que la vida en el campo era dura, porque el campo estaba en manos de unos pocos terratenientes, latifundistas, ricos en definitiva, mientras que las jornaleras y jornaleros solo podían malvivir, aunque trabajaran de sol a sol. Por eso, el acceso a la propiedad de la tierra ha sido la esperanza de hombres y mujeres en distintos momentos de nuestra historia: en la Segunda República, era la principal reivindicación de las sociedades agrarias, de los sindicatos de clase, de los partidos de izquierdas y también en los años de la transición política, cuando el paro y la emigración seguían siendo la tragedia de los trabajadores del campo, los campesinos tristes y los emigrantes en las voces de Jarcha, de Carlos Cano, de Manuel Gerena… Hoy, casi medio siglo después, constatamos que son muchos años sin prestar a la agricultura la atención que se merece, sin hacer de la cuestión agraria una cuestión de Estado que piense más en el desarrollo sostenible que en la explotación intensiva.
Las mujeres del medio rural, discriminadas históricamente en el acceso al empleo, trabajadoras sin derechos para una pensión futura y sumando a la jornada de temporeras el trabajo en la casa y el cuidado de las personas dependientes, han estado y siguen estando en todas las movilizaciones, pensando en el futuro de sus hijas y de sus hijos, luchando por los servicios públicos, por el acondicionamiento de sus pueblos, organizándose para poner en común una forma de vida que no quieren perder y que sienten amenazada por las grandes concentraciones urbanas y el despoblamiento de las zonas rurales. Elaborar una alternativa para eso que se ha dado en llamar la España vaciada es el mejor reconocimiento a las mujeres rurales que demuestran cada día su fortaleza, su sabiduría de siglos y su intuición para relacionarse con la naturaleza.
Fuente: Ana Moreno Soriano https://mundoobrero.es/2024/10/15/mujeres-del-medio-rural/