Hace 80 años, los Pirineos bullían. Mientras los blindados de Patton se dirigían a las Ardenas y los puentes del Rin, los republicanos españoles que habían combatido en la resistencia se aprestaban a entrar en España: si Mussolini caía, si Hitler caía. Franco debía caer. Confiaban en que los aliados hicieran honor a su contribución a la victoria contra el nazi-fascismo ayudando a la liberación de su país. Se equivocaron.
Desbordamiento
En febrero de 1944, la dirección del PCE encabezada por Jesús Monzón ordenó la ofensiva general de la agrupación de guerrilleros de la Unión Nacional Española (UNE) contra el ocupante alemán. Hegemonizada por los comunistas, y autónoma respecto a las Fuerzas Francesas del Interior (FFI), la UNE contaba con siete divisiones repartidas por los departamentos pirenaicos y las áreas urbanas de Toulouse, Foix y Pamiers. El número de sus integrantes alcanzaría los 10.000 en junio de 1944. Su órgano de dirección era la Junta Suprema, cuyo programa postulaba la ruptura total con el Eje, la depuración de falangistas, amnistía, libertad de opinión, prensa, reunión, asociación, conciencia y culto, y la convocatoria de elecciones constituyentes. Cuando los aliados desembarcaron en Normandía el 6 de junio, la UNE se lanzó a tomar pueblos y ciudades limpiándolas de alemanes y colaboracionistas. En agosto alcanzaron gran resonancia las victorias en Foix (Ariège) y La Madeleine. Se pensaba que era preciso pasar al país cuanto antes sin “confiar en la falsa ilusión de que nos van a arreglar España desde fuera”.
La zona liberada hervía de impaciencia española. 7.000 compatriotas se manifestaron el 23 de agosto en Toulouse a los gritos de: “¡A por Franco!”, “¡A por Falange!”, “¡Ahora con las armas a combatir en España!”. Flotaba en el aire la percepción de que el desbordamiento era imparable: “Una verdadera marcha hacia España parece haberse organizado en medio del entusiasmo y las familias españolas se citan en Toulouse, considerada la última etapa antes del retorno a la España reconquistada”, decía un inspector regional de policía en Normandía.
Al otro lado de la frontera, las autoridades franquistas decretaron el cierre de toda la zona fronteriza a partir del 7 de octubre. Corría el rumor de que una enorme concentración de tropas republicanas españolas, francesas y ¡hasta rusas! se encontraba reunida y preparada para entrar. Las emisiones de Radio Toulouse y la Pirenaica sembraron la desazón. En Teruel se hablaba del despliegue de “un Ejército Popular a las órdenes de Líster”; en Pontevedra se decía que “más de 60.000 rojos españoles se encuentran luchando en la parte fronteriza de Cataluña”; en Asturias se elevaban a “150.000, bien armados y con algunos tanques”.
La libertad está a un valle de distancia
Monzón decidió pasar a la acción. Encomendó un plan al jefe de la agrupación guerrillera, Luis Fernández. El objetivo era “constituir unidades en condiciones de situarse inmediatamente en la vertiente española de los Pirineos y comenzar a operar, haciéndose dueños a ser posible de una zona determinada”. La operación se desarrolló en tres fases —preparación, a partir del 20 de septiembre; ejecución, del 19 al 28 de octubre; y retirada, el 29—. Un informe del Comisariado Especial de Bourg-Madame al prefecto de Pirineos Orientales valoró que el despliegue, que abarcaba desde el valle de Arán hasta la costa mediterránea, respondía a un plan minuciosamente previsto en el que se contemplaban operaciones de diversión para fijar al enemigo en los sectores de Prats de Molló, Err, Latour-de-Carol/Andorra, Valcebollère, Bajos Pirineos y Navarra. El grueso de las fuerzas entraría en el valle de Arán y aseguraría una cabeza de puente para que el gobierno republicano, reconocido por Francia, recabara el espaldarazo de las Naciones Unidas. No era esta una fantasía de Monzón, sino algo a lo que las autoridades francesas concedían total verosimilitud.
Los combates duraron nueve días. Franco envió a los regulares y la Legión, que se unieron al ejército y guardias civiles locales. Tras la sorpresa inicial, la lucha derivó en una guerra de posiciones desfavorable a los guerrilleros. La UNE perdió 60 hombres y ocasionó 39 bajas al enemigo. El 28 de octubre, el coronel López Tovar dio la orden de evacuación. La maniobra se efectuó sin pérdidas, rebasando la frontera con un contingente de guardias civiles y soldados prisioneros que fueron remitidos al campo de internamiento de Noé, cerca de Toulouse.
Retornados a sus bases, los españoles se negaron a entregar las armas. En el Ariège quedaron unos 5.000 guerrilleros y 2.000 en la zona de Toulouse. Comenzó a fraguarse el mito de una quinta columna roja de dimensiones colosales, cuya peligrosidad acrecentaría el naciente clima de guerra fría. Se llegó a hablar de 56.000 hombres —casi un cuerpo de ejército— pertrechado con armas automáticas y pesadas. Daba igual que Charles Tillon, responsable del aparato militar del PCF confesase que, con la disolución de los Franc-Tireurs Partisans (FTP, la organización militar comunista), la posibilidad de una toma del poder se reducía a cero. Estaba cristalizando la fantasmagoría que obsesionaría a las autoridades francesas y llevaría a la ilegalización del PCE en Francia en septiembre de 1950.
La suerte de los combatientes se decidió a miles de kilómetros, en una entrevista en Moscú entre Churchill y Stalin que prefiguró el reparto de áreas de influencia
Juego de tahúres
Carrillo presumió de que a él se debió el mérito de haber salvado al PCE de una aventura suicida. En realidad, la suerte de los combatientes del Pirineo se decidió aquellos mismos días a miles de kilómetros, en una entrevista en Moscú entre Churchill y Stalin que prefiguró el reparto de áreas de influencia. Un juego de tahúres cuyos intríngulis eran desconocidos para Monzón, pero no así para Carrillo, que tuvo conocimiento de lo tratado a través del consulado soviético en Orán.
Thorez, Togliatti y Carrillo impusieron a sus partidos el espíritu de Yalta. Los FTP del coronel Fabien, los garibaldinos de Secchia y Longo y la UNE de Monzón canalizaban una corriente de entusiasmo revolucionario que debía ser frenada
La URSS necesitaba un aliado occidental para contrapesar la hegemonía anglo-norteamericana y lo buscó en De Gaulle. Para ello era preciso superar la situación de doble poder existente en agosto de 1944. El PCF hegemonizaba el Consejo Nacional de la Resistencia y el Comité de Acción Militar, mientras que en el gobierno provisional participaban cuatro ministros comunistas. El 26 de noviembre, De Gaulle firmó un tratado de amistad con la URSS a cambio de reconocer al gobierno comunista de Polonia. En contrapartida, el secretario del PCF, Maurice Thorez, recibió la consigna de movilizar al partido en pos de la victoria bélica, considerada como prioridad. Lo mismo que Togliatti había hecho en Italia con su svolta di Salerno en abril de 1944. Thorez, Togliatti y Carrillo impusieron a sus respectivos partidos el espíritu de Yalta. Los FTP del coronel Fabien, los garibaldinos de Secchia y Longo y la UNE de Monzón canalizaban una corriente de entusiasmo revolucionario que debía ser frenada. En el caso del PCE, Monzón fue la cabeza de turco. Su obra de paciente reconstrucción del partido fue negada. Según Carrillo, Monzón se enfangó en la aventura del valle de Arán, se negó a explicarse ante la dirección y, para colmo, fue detenido en circunstancias sospechosas. Aventurerismo, indisciplina y traición, tres ingredientes clásicos para un proceso de purga estalinista.
Reflujo
El giro de 1944 supuso la destitución de las direcciones fraguadas en la resistencia, cuyo lugar ocuparon las pragmáticas élites del estalinismo maduro. Italo Calvino lo sintetizó metafóricamente en 1956, en un cuento titulado “La gran bonanza de las Antillas”. El argumento trataba sobre un capitán Akab (Stalin), sus marineros (los comunistas) y la estrategia de contención impuesta a los partidos occidentales: “Nosotros, que éramos los más valientes marineros de todos los océanos, nosotros, cuyo destino era salvar para la cristiandad todas las tierras que vivían en el error, teníamos que estar con las manos cruzadas, pescando con anzuelo y masticando tabaco […] El capitán nos había explicado que la verdadera batalla naval era la de estar allí quietos, mirándonos, alerta, estudiando los planos de las verdaderas batallas navales”.
Mientras tanto, el gobierno provisional francés se empeñó en demostrar a los norteamericanos que controlaba su territorio. Los guerrilleros fueron alejados de la frontera a una distancia de entre 20 y 50 kilómetros. Todo aquel que la trasgrediera sería desarmado e internado en un campo. Los españoles pasaron de héroes a elementos peligrosos para la seguridad francesa. La “segunda no intervención”, tan letal como la primera, clausuró toda posibilidad de recuperación de la democracia en España a corto plazo. No importaba: siempre se podían mantener relaciones comerciales con el impresentable vecino de abajo porque, como dijo en sede parlamentaria el ministro de Exteriores, Georges Bidault, Francia necesitaba las naranjas españolas y “las naranjas no son fascistas”.
(Extracto del libro La frontera salvaje…)

La frontera salvaje. Un frente sombrío del combate contra Franco,
Fernando Hernández Sánchez
Pasado & Presente, 2018.