La seguridad humana no es una fórmula abstracta, sino una estrategia concreta para prevenir conflictos, reducir desigualdades y fortalecer la resiliencia de las sociedades
De nuevo la amenaza de guerra, la carrera armamentística y la necesidad de apostar por una paz duradera y que garantice la seguridad humana ocupan la portada de Mundo Obrero. La reiteración se hace necesaria en un momento en el que las tensiones entre los socios de Gobierno se incrementan debido a las medidas que el PSOE aprueba en el Consejo de Ministros. Y también porque estamos convencidos que garantizar el derecho de todos los pueblos a vivir libres de miedo, con acceso a servicios públicos básicos, protección frente a catástrofes y oportunidades de vida digna, debe ser el eje de cualquier política que aspire a construir un futuro sostenible. Frente al modelo tradicional de seguridad basado en el poder militar, es una obligación señalar que existe una alternativa en forma de sistema de convivencia que priorice los derechos humanos, la cooperación y la justicia social.
La seguridad humana, en este sentido, no es una fórmula abstracta, sino una estrategia concreta para prevenir conflictos, reducir desigualdades y fortalecer la resiliencia de las sociedades. Requiere invertir en salud, educación, empleo digno, lucha contra el cambio climático y justicia social, no en armas ni en ejércitos. Apostar por ella significa dar un giro necesario a las políticas públicas, poner la vida en el centro y rechazar la lógica de la guerra como solución a los desafíos globales.
Pero el contexto internacional apunta en dirección opuesta. La guerra en Ucrania ha actuado como catalizador de una nueva carrera armamentista, que no solo perpetúa el conflicto, sino que arrastra a Europa hacia un modelo cada vez más militarizado. Estados Unidos, con una política exterior centrada en la confrontación geopolítica y los intereses de su industria armamentística, ha tensionado aún más el escenario global. Su apoyo incondicional al genocidio en Gaza, su hostilidad hacia China y sus amenazas a aliados como Canadá, Dinamarca o la propia UE, ilustran una deriva peligrosa. En este marco, la Unión Europea ha optado por profundizar su dependencia estratégica de Washington y abrazar la militarización como proyecto político.
España no ha quedado al margen de esta presión belicista. El Gobierno, liderado por el PSOE, se ha mostrado receptivo a estas directrices, alineándose con la estrategia de rearme promovida desde Bruselas. Sin embargo, en el seno del Ejecutivo y del espacio político progresista, han emergido voces que defienden una alternativa: desvincularse de la OTAN, rechazar el incremento del gasto militar y apostar por un modelo de seguridad y cooperación basado en la seguridad humana. Esta disputa, que ya ha llegado al Parlamento, refleja una tensión política de fondo que pone en juego no solo los recursos del Estado, sino el rumbo ético del país.
Estar en el Gobierno no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para defender derechos y construir paz. La izquierda en las instituciones tiene sentido como herramienta para frenar la carrera armamentística y avanzar hacia una seguridad humana real, no para avalar rearmes impuestos por intereses externos que sacrifican bienestar y justicia social.
El futuro de Europa —y de España— no puede construirse sobre tanques, misiles y bases militares. La defensa de la paz no debe ser liderada por una minoría concienciada, sino que es necesario impulsar una mayoría que sea consciente de que cada euro invertido en armamento es un euro que se quita para lo verdaderamente importante: servicios públicos para mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora. En esta encrucijada, se abre una oportunidad para articular una mayoría social en defensa de la vida y en contra de la guerra.
Fuente: Mundo Obrero