El pasado noviembre fue el centenario de la radio como medio de comunicación en nuestro país. Con pocos días de diferencia nacían, Radio Barcelona, EAJ-1, y poco después Radio España, EAJ-2, en Madrid. En ese siglo de camino, hubo otras radios de las que no se ha hablado en las conmemoraciones, las clandestinas, que, en los 40 años de dictadura franquista, cumplieron una importante labor para contar lo que los medios oficiales ocultaban. También para cohesionar a la oposición, y para mantener la fe en el cambio, de gentes que, escondidas en sus casas, intentaban sintonizar las emisiones de radio Moscú, de la BBC de Londres, de Radio París, o incluso de Radio Tirana en los setenta. Pero sobre todo, la Pirenaica. La emisora mítica que arrancaba sus programas con una frase misteriosa. Su “Aquí Radio España Independiente, estación Pirenaica” llegó a confundir durante años al régimen franquista, pensando que los comunistas habían instalado una emisora de radio en los Pirineos franceses. No era así. Estaba en Bucarest. Pero era una expresión muy acertada, que transmitía la voluntad de incardinarse en España, en sus problemas, de no alejarse. E infundía moral a los menos iniciados, entregándoles la ilusión de que cerca, en las montañas, aquellos inquebrantables luchadores tenían una base de resistencia, a punto para entrar cuando las condiciones lo permitieran.
Una radio que era un altavoz para la resistencia, y que intentaba hacer llegar a todos los rincones del país las noticias de conflictos, huelgas, manifestaciones, de la gente que luchaba. Para que nadie se sintiera sólo, para que percibiera que no estaba aislado en el combate, sino que oros muchos como él se jugaban la piel por sus principios. Esa atención a los problemas reales ocupaba la mayor parte de las emisiones. Para hacer llegar las noticias de esos movimientos, la radio contaba con los propios protagonistas, que enviaban los relatos a través de la red de camaradas, en una compleja cadena, hasta Bucarest. A veces, por esa manera militante de generar la información, se cometían exageraciones, y se magnificaba tal o cual conflicto, tal o cual protesta o manifestación, pero era normal, la lente de la lucha y el entusiasmo ampliaban las cosas. Tampoco nos llevemos las manos a la cabeza, no nos fustiguemos. Hoy, sin una dictadura a la que hay que derribar, también ocurre, en todos los medios, y con desfachatez.
Uno de los programas más escuchados era “Antena de Burgos”. Los corresponsales eran los presos comunistas que sacaban información en papelillos cifrados insertos en las obras de artesanía que se hacían en la cárcel
Y, entre los programas más escuchados de la emisora, se encontraba el llamado “Antena de Burgos”, un programa para el que los corresponsales eran los propios presos comunistas de la Prisión Central de Burgos, que deseaban participar en la lucha que el pueblo desplegaba contra Franco. En ese programa de la Pirenaica, se contaban hechos sucedidos dentro de la cárcel, se mencionaban castigos, malos tratos, dando los nombres de los funcionarios implicados. Se relataban con tanto detalle que la dirección de la prisión pensó que los presos tenían una emisora dentro de la cárcel. Y un día, mal dirigidos por un chivato, normalmente presos comunes que delataban a los políticos para granjearse algún beneficio penitenciario, se pusieron a derribar paredes pensando dar con la emisora. Nunca supieron como salían esos mensajes.
El método era simple, pero muy bien realizado y bajo una estricta disciplina. En la esquina de un dormitorio colectivo, cuando ya se habían instalado las literas, porque hasta mediados de los cincuenta aún se dormía en el suelo, un camarada, durante muchos años Marcelo Usabiaga, escribía con lupa y letra muy pequeña en un papel finísimo, lo que otro le dictaba, generalmente el poeta hispano argentino Luis Alberto Quesada. Una información que estaba codificada. Esos papelitos, enrollados, los metían, en el taller de artesanía de la prisión, en orificios que practicaban y luego taponaban en los objetos, barcos, aviones, portarretratos, que fabricaban para vender al exterior. Fuera de la cárcel, el destinatario sabía que tal día, en tal objeto, iba un mensaje. Lo extraía y lo pasaba al siguiente eslabón, y así llegaba a la Pirenaica, donde lo descodificaban. Tuvieron en vilo a la dirección de la cárcel durante años, y jamás fueron cazados.
Mientras pensaba en esa radio clandestina, escuchaba una entrevista con el Fidel guerrillero, donde decía que debían establecer dos frentes; uno creativo, que construye e inventa; y otro combativo, que defiende lo conquistado. Pienso que ahora no damos la importancia suficiente a ese frente creativo, es decir, a lo cultural. Como sí se le dio en tiempos más difíciles. Es lo que veo en la Pirenaica. Necesitamos contar lo que haremos, con detalles. Vivimos demasiado de rentas y silencios, ocultando lo malo, lo áspero, nuestros errores o los que otros cometieron en nuestro nombre; y así la gente ya no sabe bien quiénes somos. Hay que regresar a la cultura, a la reflexión profunda, para reconstruir nuestra identidad. Y después, a la calle, a volver a clamarlo al viento, como nos señalaba Gabriel Celaya.
Fuente: Miguel Usabiaga en Mundo Obrero