La victoria del magnate divide al mundo entre el entusiasmo de la extrema derecha y la preocupación de la clase trabajadora

Después de una reñida contienda electoral, Donald Trump ha logrado retornar a la Presidencia de Estados Unidos. El exmandatario, que ya ocupó la Casa Blanca entre 2017 y 2021, se ha impuesto a su rival demócrata, la vicepresidenta Kamala Harris, convirtiéndose así en el primer expresidente en recuperar el poder tras haber perdido anteriormente.
Según el recuento final, Trump superó los 270 votos electorales necesarios para ganar, a pesar de no haber terminado aún de contar el voto popular a nivel nacional.
En un discurso ante sus seguidores, el magnate republicano prometió gobernar «para todos» los estadounidenses y «poner a Estados Unidos en primer lugar», adoptando un tono conciliador que contrastó con su habitual retórica divisiva. No obstante, su victoria ha sido recibida con gran entusiasmo por los sectores más ultraderechistas, tanto en Estados Unidos como a nivel internacional.
Líderes populistas y nacionalistas como Javier Milei, en Argentina; Giorgia Meloni, en Italia; o Nayib Bukele, en El Salvador, no han escatimado en elogios hacia Trump, con quien comparten una agenda política de carácter reaccionario. Por el contrario, la noticia ha generado preocupación entre buena parte de la comunidad internacional, que teme un recrudecimiento del aislacionismo y el proteccionismo característicos de la era trumpista.
El responsable de Relaciones Internacionales del PCE, Manuel Pineda, ha recordado que la victoria de Trump no solo es un duro golpe para la clase trabajadora estadounidense, sino también para los pueblos cubanos, venezolanos y palestinos, que seguirán sufriendo el permanente asedio de la administración norteamericana.
Por su parte, Izquierda Unida ha expresado que D. Trump representa «el autoritarismo, el pisoteo institucional, el matonismo tabernario internacional y el desprecio a la clase trabajadora; y es garantía de privilegios a los ultrarricos y a los genocidas.» Plantean que el debate existente es si Europa asumirá un rol de sumisión ante la administración Trump o si «replanteará sus relaciones con EEUU para no pagar los platos rotos de su política exterior.»
Más allá de las implicaciones geopolíticas y de política exterior, esta nueva etapa trumpista se inscribe en una crisis más profunda del sistema político estadounidense. La derrota de la candidata demócrata, Kamala Harris, evidencia el divorcio entre las élites liberales y los sectores populares, especialmente entre la clase trabajadora blanca.
Y es que durante los últimos años el movimiento obrero sindical ha ido creciendo en los EEUU, con sindicatos como UAW en el sector automotriz, el cual ha declarado que «independientemente quién esté en la Casa Blanca, nuestra lucha seguirá siendo la misma: arreglar nuestras leyes comerciales rotas y generar mejores empleos sindicalizados».
Fuente: Mundo Obrero