Albacete, conocida por su rica tradición de tardeo y sus largas noches festivas, se ha convertido en una especie de «capital de las despedidas de soltero» en España. Este fenómeno, que mueve millones de euros al año, plantea serias dudas sobre su impacto social, particularmente en lo que respecta al machismo, la sexualización y la cosificación hacia las mujeres.
En muchas despedidas, las actividades ofrecidas perpetúan estereotipos de género. Desde «striptease» hasta juegos con connotaciones sexuales, se fomenta una visión de la sexualidad reducida al espectáculo, despojando de humanidad a quienes participan en ella. Aunque algunos organizadores intentan diversificar la oferta con actividades como karts o spa, la esencia comercial de estas fiestas sigue girando en torno a un consumo desmesurado y la objetificación, especialmente de las mujeres. Llegando incluso a denotar atisbos de prostitución encubierta y “consentida” bajo el concepto de la última noche de soltería.
La proliferación de estas fiestas también evidencia el trasfondo de un modelo económico que prioriza el beneficio sobre la ética. La industria de las despedidas, valorada en cientos de millones de euros, ha profesionalizado el negocio, relegando al debate moral a un segundo plano, puesto que, bajo el concepto de una supuesta “libertad” laboral se encubre, una vez más, la avaricia capitalista que pasa por aprovecharse de mujeres de clase obrera que tienen la necesidad de vender su cuerpo para el beneficio ajeno ya que su realidad económica y social no les deja otra opción laboral.
Además, el problema no es solo la actividad en sí, sino cómo invade el espacio público. En barrios céntricos como «La Zona», estas celebraciones se convierten en motivo de conflictos vecinales debido al ruido y comportamientos disruptivos, afectando a quienes no tienen más opción que soportar esta invasión de su tranquilidad.
Albacete no es solo un escenario; es una víctima de un fenómeno que explota su espacio urbano y cultural, mientras refuerza valores patriarcales. Es hora de cuestionarnos: ¿qué estamos celebrando realmente? La transformación de estas fiestas no debería consistir solo en sustituir el «striptease» por paintball, sino en romper con la mercantilización de la diversión y abogar por un ocio verdaderamente inclusivo y respetuoso.
Replantear el modelo de despedidas no es una tarea sencilla, pero es una oportunidad para construir un entorno más justo y equitativo. Albacete merece ser conocida por su riqueza cultural y no por ser el epicentro de fiestas que perpetúan un imaginario sexista.