El 47, que da título a una película muy interesante de Marcel Barrena, era un autobús que conectaba la Plaza de Cataluña con la Barcelona reconocible. Había otra ciudad, ultraperiférica, de dudosa existencia, habitada por extremeños y andaluces emigrados, adonde no llegaban los autobuses, porque no podían, según los técnicos municipales, y porque los itinerarios ya estaban trazados. Un extremeño de Mérida se ocupa de chocar con ambas verdades, llevando el autobús a la escarpada Torre Baró, de calles estrechas y torturadas. Pues bien, y a eso me voy a referir, ese autobús era conducido por un miembro del PSUC y CC.OO. La película, que parte de la gramática de aludir eludiendo, no nombra al PSUC ni a la lucha colectiva y organizada; y apenas se detiene en los perfiles de la lucha antifranquista.
Si aparece el alcalde Maragall, como si firmara aquellas acciones y capitalizara sus contenidos, es lógico que se nombren otras cosas concretas de la política organizada, evitando así señalamientos y sesgos
El director de esta notable película se ha encargado de transmitirnos que no se trata de un documental, sino de un relato. De un relato histórico, habría que decir, basado en hechos reales. Y esos hechos, dado el marco en el que ocurrieron, no se entenderían en toda su profundidad sin aclarar, cosa que no se hace, los determinantes de que era una lucha colectiva y de que el autobús “secuestrado”, frente al sentido común imperante (el capitalismo, y más el capitalismo de excepción, es un sistema para hacer obras en el centro), era conducido por un comunista.
El director nos dice que todo esto se desprende del contexto, y no había por qué concretar más. Un militante de aquel PSUC (salga el sol por Antequera) nos ha dicho que bien, vale, pero entonces por qué aparece Maragall, como si firmara aquellas acciones y capitalizara sus contenidos. Este alcalde, en efecto, se fue a dormir a la casa de Manuel Vital un par de días para conocer cómo se vivía en aquel enclave vecinal, del que nunca saldrían, hacia pisos céntricos con agua caliente, Manuel Vital y su compañera, que allí murieron. Pues bien si se nombra a Maragall, es lógico que se nombren otras cosas concretas de la política organizada, evitando así señalamientos y sesgos.
Decimos esto, desde la lógica de meternos en todos los charcos, no desde el punto de vista recalcitrante de que la hoz y el martillo debe aparecer, o la flama gloriosa de una bandera roja. No se trata exactamente de esto. Se trata más bien de reivindicar la lucha organizada y colectiva, con líderes, si se quiere (e indudablemente Vital era un líder vecinal), pero sin héroes solitarios que, a lo Juan Palomo, consiguen tachar su propia organización y su ansia legítima de cambiar las cosas.
En la película, la gente, como tal colectivo de conciencia común, solo se muestra, e incluso levanta sus puños, después de trámites personales de Vital que parece no contar con nadie (he dicho “parece”), al final del relato, en esos momentos gloriosos en los que el autobús, con aura de “novecento” barcelonés, sube las cuestas de Torre Baró entre aclamaciones y la expresividad difícil de rostros extremeños y andaluces torturados por la pobreza y un desarraigo al que se oponen con total decisión y lealtad, aprendiendo incluso un idioma que no entendían al llegar. Aunque Vital sigue siendo del Mérida club de fútbol y no del Barça.
El individualismo de héroe cercano del personaje, eso sí, aparece compensado por su humildad, por su parquedad doctrinal, incluso por el muestrario austero de gestos y ademanes. Ese mismo dato ya dado: Vital, que había construido su casa con sus propias manos, y que había ayudado a construir la casa de los demás, no acepta dejar el barrio, a pesar de cierta presión familiar, que al final comprende que no se puede sentir vergüenza por lo que se es en la vida diaria. Pocos datos más se dan acerca de la conciencia de clase y el sentido colectivo de las cosas comunes. Y quizás sea suficiente, siempre que las conclusiones finales, en forma de texto escrito y en la voz de un narrador “objetivo”, no aporten pistas dudosas.
La película, ya lo he dicho, es valiosa, y está bien realizada y editada. Solo ha faltado ese pequeño detalle “político”, pero imprescindible, creo, a la hora de entender las cosas en todo su alcance, a la hora de entender, quiero decir, que nadie debe sentirse tachado. A la hora de comprender que el autobús, “el 47”, que en su secuestro contiene reivindicaciones vecinales organizadas, no solo lo conduce el encomiable Manolo Vital.
Fuente: Felipe Alcaraz en Mundo Obrero