Ser tubista en la Orquesta Sinfónica de Vratsa es mucho más que tocar un instrumento. Es una vocación que exige disciplina, pasión y una gran capacidad de adaptación. Pero, ¿Cuál es el futuro de la música clásica y cómo se adapta este arte a los desafíos del siglo XXI? En esta entrevista, Rubén Elegido Navarro, un músico con una visión clara del futuro, nos compartirá los desafíos y recompensas de su profesión, así como sus ideas sobre cómo la música clásica puede evolucionar y conectar con las nuevas generaciones.
¿Cuándo comenzaste en el mundo de la música?
Pues yo empecé cuando tenía unos 7 u 8 años, más o menos. En ese momento, en mi pueblo (Villamalea), las únicas actividades extraescolares que había eran música y fútbol. Recuerdo que un día, después de venir del fútbol, me di cuenta de que varios amigos que jugaban conmigo también iban a clases de música. Y a mí siempre me había llamado la atención. Así que llegué a casa y le dije a mi madre: «Oye, pues me gustaría apuntarme a música». Y ella, sin pensarlo mucho, me dijo: «Pues ya le dirás a tu padre esta tarde». O sea, que tampoco me dio muchas vueltas al asunto. Y así fue como empecé en la música, básicamente. Al principio, claro, solo solfeo.
¿Tienes otros proyectos musicales además de la Filarmónica, o te dedicas exclusivamente a ella?
No, siempre, además de la música clásica, me ha gustado tocar otros estilos. Sobre todo, cuando eres más joven, lo típico: tocas en la calle con charangas, en las Fallas, en cabalgatas de fiestas de pueblos o en la feria de Albacete. Siempre me ha atraído explorar diferentes géneros. Alguna vez he tocado algo de jazz, aunque no mucho, la verdad. El proyecto más sólido que tengo, aparte de la Filarmónica, es Ojito Pestaña. Empezamos hace como 12 años, cuando teníamos 17 o 18 años. Luego tuvimos un parón de unos 6 años. Pero durante el COVID, cuando todo el mundo volvió al pueblo, los que trabajaban fuera y demás, decidimos retomarlo. Ahora vamos a sacar unos 6 temas, que serán los singles de nuestro segundo disco. También antes de estar en Bulgaria estaba en Holanda, en Róterdam, y allí tenía varios grupos. Uno de ellos era un sexteto y tocábamos música brasileña mezclada con jazz. Estaba muy bien, también hacíamos folk-rock, samba… tocábamos de todo, la verdad. Ahí aprendí muchísimo sobre tocar en la calle y adaptarme a otros estilos musicales. Yo tuve que empezar desde cero porque no conocía bien esos géneros. Me dijeron: «Rubén, queremos que estés en este proyecto. Te pasamos las canciones y tú tienes que aprender el estilo escuchando a bajistas que toquen esto». Y yo dije: «Pues bueno, adelante». Pero claro, ahora que me mudé a Bulgaria, tuve que dejar ese proyecto, lógicamente.
En España, cada municipio suele tener su propia banda de música. ¿Crees que estas agrupaciones son útiles para la formación de músicos profesionales?
Son muy, muy útiles. Sobre todo en España, cuando alguien empieza a tocar un instrumento, ese primer contacto con otras personas y con el ambiente de una agrupación musical es fundamental. Al final, el objetivo de casi todo músico es llegar a ser profesional. Puedes aspirar a ser solista, pero eso es más complicado; la mayoría quiere formar parte de una agrupación. Y ese primer contacto, cuando eres muy joven, suele ser en una banda de música, ya sea de tu pueblo o ciudad. El otro día vi una entrevista a Rubén Simeó (solista de trompeta de nivel mundial), y no puedo estar más de acuerdo con lo que dijo. Comentaba que, hoy en día, las bandas de música son casi la única asociación cultural que consigue unir a tantas generaciones diferentes. Tienes a niños que empiezan con 10, 11 o 12 años, gente que ya trabaja y, aunque toque a nivel amateur, sigue yendo a la banda, y también personas mayores, jubiladas, que siguen participando. Para mí, eso es muy importante. Es como una asociación que conecta a todas esas generaciones y crea un espacio común para compartir y aprender unos de otros. Ahora mismo, creo que hay muy pocas asociaciones que tengan esas características. Y desde el punto de vista social, es algo fundamental. No solo por el aspecto musical, sino por lo que representa en cuanto a comunidad y aprendizaje intergeneracional.
¿Cómo entraste en una filarmónica en Bulgaria?
La filarmónica en la que estoy se llama Orquesta Sinfónica de Vratsa, que es el nombre de la ciudad. Me enteré de que había un puesto disponible, una vacante, y me dijeron que enviara mi currículum y un vídeo para ver si les gustaba, entre otros candidatos. Después de eso, me contactaron y me invitaron a venir a Bulgaria para hacer un periodo de prueba. En mi caso, iban a ser tres semanas, pero después de la primera semana, parece que al director le gusté y a los compañeros también, así que dijeron que no querían buscar más.

Para llegar al nivel en el que estás, ¿has tenido que sacrificar aspectos de tu vida personal por tu carrera?
Prácticamente, mi vida siempre ha estado regida por la música. Porque, bueno, todo el mundo sale a estudiar fuera de su ciudad o de su pueblo en algún momento. Eso es normal: dejas a tus amigos durante unos años, pero luego mucha gente acaba creando una red de contactos, montando empresas, dando clases donde estudiaron, o lo que sea.
Pero, claro, en mi caso, he tenido que cambiar de ambiente cuatro veces. Para llegar a este nivel, primero tienes que estudiar la carrera. Después de eso, decidí mudarme a Róterdam para hacer un máster, que duró dos años, aunque al final me quedé allí cuatro años más. Y luego me mudé aquí, a Bulgaria, donde actualmente resido, para poder alcanzar lo que siempre he querido: tocar en una orquesta.
Para conseguir lo que he querido hacer toda mi vida, ha hecho falta mucho más que solo pasión. Además de todas las horas de estudio al instrumento, necesitas una constancia brutal. Mientras otros están por ahí, tomando cervezas con amigos o haciendo viajes, tú estás practicando todos los días para mantener el nivel. Tienes que estar siempre en forma, porque si no, es imposible conseguir un trabajo de estas características.
Entonces, más allá del sacrificio de dejar a la familia y a los amigos varias veces (incluso a los nuevos amigos que vas haciendo en el camino), está el sacrificio de la disciplina diaria. Es un poco como ser un deportista de élite. La diferencia es que el deportista, dependiendo del deporte, puede jubilarse a los 30 o 40 años. Pero un músico, en cambio, sigue trabajando hasta los 65, o hasta la edad que marquen las políticas de cada país.
Cuando pienso en la música clásica, me imagino un ambiente algo aristocrático. ¿Es realmente así desde dentro?
Desde dentro, la verdad es que, bajo mi punto de vista y por mi experiencia después de haber tenido varios trabajos aparte de la música—como en restaurantes o repartiendo comida en bici—el ambiente laboral, al fin y al cabo, es parecido en todas partes. Siempre hay gente que piensa más en los compañeros, y otros que, si pueden, intentan ponerte la zancadilla o aprovecharse de ti. O sea, lo que pasa en cualquier empresa, solo que es un trabajo diferente.
El problema, bueno, que en realidad no es un problema, es que la gente tiene la idea de que la música clásica es muy cara, cuando en realidad no es así. Puedes ir a conciertos incluso en ciudades como Berlín o Madrid sin gastar mucho dinero. Yo, cuando era estudiante en Róterdam, iba a ver la Filarmónica de Róterdam por menos de 10 euros. Luego, ves que hay gente que paga 60 u 80 euros por ver a su artista favorito—Rihanna, Maluma, o quien sea—y no les pesa. Entonces, más que un tema de precio, es la fama que tiene la música clásica, la imagen que la gente se ha creado sobre ella.
Supongo que también tiene que ver con la historia. Si nos remontamos al periodo del Clasicismo o del Barroco, sí que es verdad que quienes asistían a los conciertos de música clásica eran, en su mayoría, aristócratas. Pero, claro, de eso hace ya más de 300 años, y creo que el mundo ha cambiado mucho desde entonces. Ahora cualquier persona puede ir a un concierto, y muchas veces es más barato de lo que pensamos.
Un ejemplo claro para mí es el Concierto de Año Nuevo de Viena. La gente paga un dineral por ir, básicamente, a que les vean el vestido, porque el programa del concierto es bastante sencillo: polkas y valses. No lo digo en tono despectivo, a mí me encantan los pasodobles, los amo, pero sería algo similar a eso en España. Sin embargo, la Filarmónica de Viena, que es una de las mejores orquestas del mundo, ofrece otros conciertos con programas mucho más complejos y ricos musicalmente. Y esa misma gente que paga fortunas por el concierto de Año Nuevo, solo por el caché de decir «mira, estuve allí», no asiste a esos otros conciertos. Básicamente, porque no les interesa la música en sí.
Además, creo que la forma en que consumimos música ha cambiado muchísimo. Antes, escuchar música era una experiencia más prolongada y profunda. Ahora, sobre todo con la música comercial, todo está pensado para consumirse en 4 minutos, y eso ya se considera un tema largo. Meter a alguien a escuchar una sinfonía que dura entre 50 minutos y una hora y media es un reto. El nivel de concentración que tenemos hoy en día, con la era de los móviles y la inmediatez, es muy diferente.
Y no es una crítica, simplemente es evolución. Los estímulos que tenemos ahora son otros. Por ejemplo, el impacto de los subwoofers en conciertos de música popular. Si llevas a alguien acostumbrado a ese tipo de experiencia a un concierto de música clásica, puede que le parezca todo más plano o monótono, incluso aburrido. Es una diferencia clara. La música clásica tiene casi mil años de historia, pero la forma en la que consumimos música ahora es muy distinta.
Además, en los conciertos de música clásica se suelen tocar piezas de compositores que vivieron hace 150 o 200 años. Aunque hay compositores contemporáneos, sobre todo en música de banda, los grandes sinfonistas de la historia pertenecen a ese pasado. Eso también puede hacer que la gente sienta que la música clásica no es algo cercano, que está más alejada de su realidad.
¿El ambiente de trabajo es tan serio y disciplinado cómo parece?
Pues sí, sí lo es. Pero también depende mucho de la orquesta en la que estés trabajando y, más aún, de los compañeros que tengas al lado. Hay gente que es más asertiva, que busca siempre hacer las cosas de la mejor manera posible, y también hay quienes son más relajados o incluso conflictivos. He tenido de todo: compañeros que te vuelven loco discutiendo por detalles mínimos, intentando convencerte de que algo es blanco o negro sin términos medios, y otros que, si ven que has tenido un mal día, te preguntan qué pasa y te intentan ayudar. Pero, en general, el ambiente es serio.
Para tocar en una orquesta sinfónica se necesita mucha disciplina. Tenemos que estar todos sincronizados, y eso requiere un alto nivel de concentración. No es solo tocar bien tu parte, sino hacerlo en armonía con el resto. Tienes que estar atento a muchos detalles: si estás acompañando, si llevas la melodía, cómo encajas con otras secciones… Todo eso implica seriedad en el trabajo.
Además, somos muchas personas tocando a la vez, haciendo lo mismo, y eso exige un gran esfuerzo colectivo. No es solo cuestión de individualidad, sino de cómo cada uno contribuye al conjunto. Por eso, aunque pueda parecer un ambiente muy rígido desde fuera, es necesario para que todo funcione bien.
¿Hay diversidad de géneros y razas en las orquestas?
Sí, bastante. Por ejemplo, en mi orquesta actual somos de 17 nacionalidades diferentes. Hay compañeros de Estados Unidos, Rusia, Ucrania, España, Colombia, Italia, Albania, Inglaterra, Azerbaiyán, Japón, Corea… y seguro que me dejo algunos más. La diversidad es algo muy presente hoy en día en el mundo de las orquestas.
Ahora, si hablamos de género, también ha habido una evolución. Por ejemplo, la Filarmónica de Viena, que es una de las orquestas más tradicionales del mundo, tardó bastante en incluir a mujeres en sus filas. Hasta el año 1997 no entró la primera mujer a tocar con ellos. Eso muestra lo lento que fue el cambio en algunos sitios.
Pero hoy en día, en pleno siglo XXI, hay mucha más diversidad en términos de género y origen. Las orquestas se han abierto a todos, y eso enriquece mucho el ambiente y la música.
¿Cómo funcionan las filarmónicas? ¿Siguen el mismo modelo en todos los países?
Básicamente, en todos los países siguen un modelo similar en cuanto a estructura musical, pero pueden variar en cómo se financian.
La forma en que funcionan puede depender mucho del país. Algunas orquestas son completamente subvencionadas por el Estado, mientras que otras tienen patrocinadores privados. También existen modelos mixtos, donde combinan fondos públicos y privados.
El nombre «Sociedad Filarmónica» no tiene mucha diferencia de una orquesta sinfónica a nivel de músicos. La distinción original de las sociedades filarmónicas era que solían tener patrocinadores o donantes privados que ayudaban a que pudieran funcionar. Algunas orquestas todavía mantienen esta estructura, mientras que otras reciben la mayor parte de su financiamiento directamente del gobierno.
Así que hay orquestas que son completamente estatales, otras que dependen de empresas grandes para obtener su financiación, y algunas que tienen un equilibrio entre subvenciones públicas y patrocinadores privados.
Esto hace que el funcionamiento de las filarmónicas varíe un poco de un lugar a otro, pero lo esencial, en cuanto a la organización y el trabajo de los músicos, sigue un patrón similar.
¿Me da la sensación de que es un mundo que evoluciona relativamente poco y de manera lenta, es realmente así?
Es una buena pregunta, y tiene mucho que ver con lo que te he comentado antes. La música clásica, en particular, pasó por momentos fundamentales de cambio, como cuando compositores como Schoenberg rompieron las reglas tradicionales de la tonalidad. Ese fue el punto culminante de lo que hoy conocemos como música contemporánea, pero, para algunos, esa música ya tiene casi 70 años.
En cuanto a la evolución de la música clásica, es mucho más lenta comparado con otros géneros. Hoy estamos acostumbrados a la rapidez con que los estilos musicales evolucionan. Cada pocos años vemos nuevos géneros, modas o formas de consumo de la música. Sin embargo, en la música clásica, los cambios suelen ocurrir en períodos mucho más largos. Si miramos los estilos musicales desde el barroco hasta hoy, han pasado aproximadamente 400 años, y en ese tiempo, los cambios han sido más paulatinos, ocurriendo, por lo general, cada 70 u 100 años.
Esto tiene mucho que ver con el contexto histórico. Antes no existían los móviles ni la tecnología que tenemos ahora. Las noticias o los estilos musicales llegaban mucho más despacio. Por ejemplo, un concierto en Madrid podría ser interpretado en Sevilla 15 años después. Así que, aunque estamos acostumbrados a una evolución rápida en la música moderna, en la música clásica la transición de estilos ha sido mucho más gradual.

¿Cómo crees que evolucionará la música clásica en los próximos años?
En general, la evolución que he observado en los últimos años, y que parece la más lógica, es cómo la música clásica se ha acercado a personas que, antes, no la escuchaban. Esto ha sido especialmente gracias a las bandas sonoras de películas. Todo el mundo conoce las melodías de películas como Star Wars, El Señor de los Anillos, Piratas del Caribe, entre otras. Esto ha sido clave para acercar la música clásica al público general, ya que hoy en día casi todas las orquestas incluyen en sus programas conciertos completos dedicados a bandas sonoras o incluso combinados con imágenes en proyecciones.
Yo creo que la evolución que va a seguir en el futuro es la de mezclar la música clásica, ya sea en orquestas sinfónicas o bandas sinfónicas, con las tendencias musicales contemporáneas. Por ejemplo, yo he tocado discos completos con orquesta de música de Disney, de cantantes latinos y también hemos hecho proyectos con Led Zeppelin, tocando su música con orquesta sinfónica.
Esta mezcla de géneros con la orquesta es algo natural. La música, como cualquier arte, evoluciona y se adapta a lo que está ocurriendo en su época. De hecho, sumar la tecnología es lo que veo como una tendencia que se seguirá desarrollando. Por ejemplo, hoy en día puedes hacer una obra sinfónica con proyecciones, como los conciertos de música clásica que se combinan con el cine o el multimedia.
En mi experiencia en Rotterdam, en conciertos de música clásica, veía que el público era principalmente de personas mayores, pero si hacíamos un concierto con música de Disney o de películas, el auditorio se llenaba de familias y niños. Por otro lado, los conciertos de música clásica tradicional solían atraer a un público más adulto, pero cuando tocábamos música de películas o incluso mezclábamos música clásica con rock o pop, la audiencia era más joven, entre 30 y 50 años.
La evolución, en resumen, va hacia una mayor diversificación en el tipo de público que puede disfrutar de la música clásica, pero combinándola con otros géneros y formas de expresión como el cine, la tecnología, y la música popular. Esto no solo hace que se acerque a más gente, sino que también da lugar a un espectáculo más total. Claro, es importante señalar que aunque llevemos a mucha gente al auditorio, solo un pequeño porcentaje de ellos se va a interesar por la música clásica en su forma más pura.
¿Cuántos bolos puede hacer la Filarmónica al año? ¿Dónde se hacen?
Normalmente, en una orquesta tienes tu ciudad y tienes un concierto semanal en tu ciudad, pero también tienes giras durante el año. Puede ser una gira muy grande o dos más cortas, que pueden ser nacionales o internacionales. Luego también tienes otros conciertos, que como te decía antes, son proyectos más novedosos, que se salen un poco del formato clásico, como conciertos con cantantes, música de cine o cosas así.
¿Número de conciertos? Pues depende mucho de la orquesta. Por ejemplo, las dos mayores orquestas del mundo, las top 5, tienen prácticamente dos plantillas diferentes. Por ejemplo, la Filarmónica de Berlín puede estar tocando en Berlín, pero también tener una plantilla de gira en Estados Unidos. Al final, funciona como una marca. Entonces, mientras uno está tocando en un sitio, el otro está de gira, y los ingresos vienen de los dos sitios.
En cuanto a dónde se hace, normalmente se hacen en auditorios o teatros. Las bandas municipales sí que pueden salir más a la calle, porque su origen es militar, pero la orquesta sinfónica generalmente toca en auditorios. A veces, si hay buena temperatura, puedes hacer conciertos al aire libre. Por ejemplo, en algunas ciudades con teatros romanos bien conservados, como el de Plovdiv en Bulgaria, las orquestas o incluso las óperas tocan ahí en verano. Pero lo más común es que sean en auditorios o teatros.
¿Tienes posibilidades de seguir creciendo musicalmente o consideras que ya has alcanzado la cima de tu carrera?
Yo creo que, bueno, una vez que consigues un trabajo en una orquesta, si hablas con cualquier músico que haya logrado ese objetivo, te dirá que ahora es cuando empieza lo bueno. O mejor dicho, no es lo bueno, sino que es como empezar de cero. No es lo mismo ir a tocar en una orquesta de vez en cuando que tener el día a día en una orquesta sinfónica. Hay todo un proceso: ensayos, lidiar con los compañeros, acostumbrarte a tocar con ellos, mantener el nivel, la afinación… Es como tener que reaprender todo, por así decirlo.
Luego también depende del estilo de la orquesta. Hay orquestas que prefieren los metales más fuertes y bravos por tradición, y otras que buscan un sonido más suave o más comedido. Tienes que saber adaptarte a esos estilos, entender cómo se toca el repertorio y cómo cada orquesta tiene su propia manera de hacer las cosas.
Entonces, para mí, más que el fin o el culmen, es un comienzo. Es el principio de seguir aprendiendo, de seguir trabajando, y quién sabe si en el futuro podré cambiar a otra orquesta, pero básicamente, no es el final, es solo el principio. El techo está mucho más alto de lo que parece. Eso es lo que yo veo.
¿Cuáles son tus metas a largo plazo con la música?
A largo plazo, me gustaría seguir trabajando en una orquesta sinfónica, por supuesto, y también me gustaría ser profesor, dedicarme a la enseñanza. Pero claro, para eso todavía hay gente que lo hace sin haber pasado por ciertas etapas, que se apoya solo en su posición, toca bien y lo hace. Sin embargo, yo pienso que sería mucho más honesto empezar a enseñar después de haber trabajado varios años en una orquesta sinfónica, para entender realmente cómo se funciona allí, qué aspectos son los que tienes que enfocar y a qué debes poner atención. Solo entonces, creo que podría dar una enseñanza más sólida y realista.
Mi idea a largo plazo es continuar en la orquesta sinfónica y también dedicarme a la enseñanza. Mi objetivo sería formar una escuela de músicos en la que, cuando los más jóvenes lleguen, puedan aprender cosas que yo no sabía cuándo era de su edad. Es algo que me gustaría transmitirles, para darles una ventaja, por así decirlo, en su camino musical.
Además, creo que el futuro de los músicos de orquesta, más allá de tocar y aprender el repertorio o mejorar como artistas, también debería pasar por aprovechar oportunidades de avanzar, como por ejemplo si surge una plaza en una orquesta mejor. Por supuesto, eso es algo que siempre hay que intentar aprovechar. Pero, sobre todo, lo más importante será siempre compaginar el trabajo en la orquesta con la formación y el acompañamiento de jóvenes talentos. Eso es lo que más me motiva para el futuro.
¿Tienes algún consejo para los músicos jóvenes que quieren especializarse en algún instrumento?
La mayoría de las personas quiere conseguir un trabajo en una orquesta o en una banda sinfónica, pero la verdad es que hay muchísimos músicos y muy pocas plazas a nivel mundial. No significa que porque alguien no consiga el trabajo, sea un mal músico o peor que los que lo tienen. Yo conozco a gente que ha conseguido mejores posiciones que yo, que no ha tenido trabajo en orquesta sinfónica, sino que ha sido profesor de conservatorio o de instituto, y aún así han hecho una carrera increíble. Es importante entender que no es culpa de uno mismo tampoco, es también cómo está el mercado laboral en este sentido. Está muy complicado.
Por supuesto que hay que esforzarse, eso es indiscutible. Pero también hay una parte de estar en el momento justo, con las personas adecuadas, y en el punto adecuado como músico. Quizá años más adelante estás más en forma, pero en el momento de hacer la prueba para una plaza, por alguna razón, otra persona está más preparada o ha conocido a los profesores adecuados o está en el lugar y momento exacto. Entonces, sí, el esfuerzo es clave, pero también es suerte. Y si quieren seguir intentándolo, hacer pruebas de orquesta, que lo sigan intentando, porque cada prueba es una experiencia. Como dice un amigo mío, Alejandro, trombonista, que ahora tiene un canal de YouTube e Instagram donde enseña cómo preparar pruebas de orquesta, «aprobar una prueba de orquesta no es solo una cuestión de trabajo y esfuerzo, es también saber levantarse de las hostias». Claro, mucha gente también lo intenta y no lo consigue, pero hay que ser consciente de eso.
El mercado laboral es difícil, pero eso no hace a nadie un peor músico. Si no consigues una plaza en orquesta, no significa que seas menos músico que alguien que sí lo ha logrado. Hay otras opciones, como ser profesor en conservatorios, grados medios o superiores, escuelas de música, institutos o colegios. Pero lo más importante es saber que es un camino complicado, y no cerrarse la puerta pensando que no eres bueno porque no has conseguido ese trabajo en particular.
Creo que he dado un poco la vuelta a lo mismo varias veces, pero bueno, lo importante es entender que es un proceso que requiere mucho esfuerzo y también algo de suerte.
¿Le recomiendas algún grupo o artista a nuestros lectores?
Si se quieren acercar al mundo de la música clásica, aunque suene a tópico, que escuchen obras, primero de cine, pero sobre todo que escuchen, por ejemplo, a John Williams y las bandas sonoras que tiene. También El Señor de los Anillos, por supuesto. Sobre todo, si hay alguna película o banda sonora que les haya gustado, que se tomen la molestia de investigar quién es el compositor, y no solo escuchar esa, sino que exploren más trabajos de ese compositor, especialmente en bandas sonoras o con orquesta sinfónica. Y más de uno se va a sorprender, seguro. Eso es lo que diría.
Y sí, es bueno, porque a veces no sabemos lo que estamos escuchando, pero detrás de una película o una banda sonora puede haber un mundo de música clásica impresionante que puede enganchar a cualquiera.