“La escena era realmente espeluznante, porque se podía ver que aquellas personas se habían arañado y mordido entre ellos en un ataque de locura antes de morir; muchos tenían los uniformes desgarrados… Aunque ya me había acostumbrado a ver algunas escenas macabras en el campo, a la vista de todos aquellos hombres asesinados, me mareé y me puse a vomitar sin control”.
Estas palabras pertenecen al preso polaco de Auschwitz Adam Zacharski y con ellas describe el primer gaseamiento de prisioneros en un campo de concentración nazi (KL, por sus iniciales en alemán) [1]. Ocurrió el 5 de septiembre 1941 y su éxito dio el pistoletazo de salida que convirtió los KL en factorías de exterminio. El lugar: Auschwitz. Las víctimas: prisioneros de guerra soviéticos, comisarios comunistas según la Gestapo. El motivo: la invasión de la URSS por parte de Alemania y sus aliados, Italia, Rumanía, Hungría y Finlandia, el 21 de junio de 1941 había provocado la rendición de más de dos millones de soldados del Ejército Rojo, a los que los dirigentes de Alemania decidieron exterminar. Al finalizar la guerra, de los cerca de seis millones de prisioneros soviéticos que había capturado el ejército alemán (la Wehrmacht) más de la mitad habían sido exterminados.
El gas había sido utilizado durante la operación Eutanasia, denominada Operación T-4 por el nombre y el número de la calle en la que tenían su sede los responsables del proyecto (Tiergartenstrasse, 4). Unos 80.000 discapacitados psíquicos y físicos fueron eliminados en cámaras de gas construidas al efecto en diferentes centros psiquiátricos. La operación comenzó en otoño de 1939 y fue clausurada en agosto de 1941, a raíz de las protestas ciudadanas que siguieron a las denuncias de las iglesias católica y protestante. El objetivo era básicamente económico. Eliminar a los improductivos liberaba recursos para la guerra. Era el mismo criterio que se aplicaba a los delincuentes reincidentes a los que desde hacía años se estaba mandando a los KL.
Vista la eficacia de los métodos de la Operación T-4, Himmler decidió utilizar a los médicos del programa de eutanasia para limpiar los KL de aquellos prisioneros que no estaban en condiciones de producir, los llamados Muselmänner, musulmanes en alemán. No he conseguido saber por qué les dieron este nombre a aquellos presos que el interno de Auschwitz Primo Levi describiera como hombres que se movían “con la chispa divina muerta dentro de ellos”. “Si pudiera encerrar en una imagen todo el mal de nuestro tiempo”, escribió Levi, “elegiría esta que me resulta tan familiar: un hombre esquelético, con la cabeza inclinada y la espalda encorvada, sin rastro de pensamiento en su rostro ni en sus ojos”). La eliminación de los Muselmänner en las cámaras de gas de los psiquiátricos se denominó Operación 14f13, siendo 14f una clave que significaba eliminación. Todo se hizo de forma muy racional y no provocó ninguna nota de protesta de la jerarquía católica ni protestante que oficiaban año tras año la onomástica de Hitler en sus iglesias. Matar comunistas o judíos, que, para la imaginería nazi, eran la misma cosa, no era pecado.

A diferencia del trato a los soldados británicos y estadounidenses, a los soldados del Ejército Rojo los nazis les negaron la aplicación de la Convención de Ginebra: “Cuantos más prisioneros mueran, mejor para nosotros”. De los casi seis millones de soldados soviéticos que apresaron los alemanes durante la guerra, más de la mitad perdieron la vida. Sólo entre octubre y diciembre de 1941 un millón murió de hambre y frío en los recintos de alambradas improvisados cerca de los lugares en los que habían sido apresados. Solo un grupo minoritario de varias decenas de miles llegó a los campos de concentración para ser especialmente escarmentados: el de los comisarios políticos.
Para los dirigentes nazis, los comisarios políticos eran la clave de bóveda que sustentaba el sistema soviético y pensaron que eliminándolos este se desplomaría. Una de las directrices que llevaban los einsatzgruppen, los grupos policiales de represión que acompañaban el avance del Ejército Alemán, era ejecutar in situ a los comisarios políticos y funcionarios comunistas que encontrasen en las localidades conquistadas. Otra de las órdenes era encerrar en guetos a la población judía de las distintas localidades. Este proceso, y las matanzas que le seguirían, está descrito en El libro negro [2], recopilado por Vasili Grossman e Ilya Ehrenburg, dos de los periodistas que acompañaron al Ejército Rojo en su avance hasta Berlín.

La política de represión contra los soviéticos al margen de la Convención de Ginebra no fue improvisada. Se decidió, al igual que el asesinato de los comisarios, dos semanas antes de iniciarse la Operación Barbarroja. Una vez controlada la zona invadida, los Einsatzgruppen se dedicaron a peinar los campos de prisioneros del Ejército Rojo en busca de comisarios. Más de cuarenta mil, reales o supuestos, fueron trasladados a los campos de concentración, de los cuales entre el 5 y el 10 por ciento morirían en el traslado, a la vista de mucha más gente de la que las SS deseaban: “Estaban muertos de hambre, tanto que algunos se caían del camión y se dirigían a rastras a los barracones”, escribió en su diario un maestro de Hamburgo acerca de la llegada de los soviéticos al campo de Neuengamme. De la misma forma que los comunistas del KPD habían sido el objetivo de la creación de los KL en 1933, los soviéticos fueron el objetivo de las matanzas a gran escala. Y, al igual que ocurrió en 1933, comunistas y judíos acabaron compartieron el primer plano del horror.
Theodor Eicke, la bestia parda
El exterminio de los comisarios soviéticos se planificó en una reunión de los máximos responsables de la Inspección de los KL en agosto de 1941. La cita tuvo lugar en el campo de Sachsenhausen y en ella jugó un papel dirigente Theodor Eicke, el creador de las unidades de elite de las SS, las Totenkopf, las SS con el emblema de la calavera. Eicke, que había participado en las campañas de Polonia, Países Bajos y Francia, fue herido en la campaña de Letonia y se encontraba recuperándose en el campo de Sachsenhausen. Fue el segundo comandante de Dachau y el brazo derecho de Himmler en el diseño y organización de los KL. Eicke sustituyó a Hilmar Wackerle al frente de Dachau en 1934, tras los asesinatos de cuatro internos. Himmler se vio obligado a quitar de en medio a Hilmar, a quien el exceso de chulería no le permitía disimular ni siquiera un poquito ante el fiscal de Munich [3] Josef Hartinger, que se había tomado en serio su trabajo y no estaba dispuesto a someterse a las arbitrariedades del comandante de Dachau. En un momento en que el régimen quería proyectar una cierta imagen de legalidad hacia el exterior y de tranquilidad en el interior, Himmler se vio en la necesidad de relevar a Wackerle [4]. Himmler sacó a Eicke del psiquiátrico donde lo tenía confinado y lo puso al frente de Dachau.
Volviendo a la reunión de agosto de 1941, en palabras del comandante de la Totenkopf de Sachsenhausen, Gustav Sorge, el idolatrado y condecorado Eicke les dijo que “como represalia por la ejecución de soldados alemanes en cautividad soviética, el Führer había aprobado una petición del alto mando de la Wehrmacht y había autorizado una acción de venganza… disparando a los prisioneros, en concreto a los comisarios y a los partidarios del Partido Comunista”.

Sentada la premisa de los culpables comunistas, los dirigentes de los KL se dedicaron a organizar la parte práctica de la misión. Tras analizar una serie de ideas, se decidieron por la propuesta defendida por Hans Lorentz, el comandante de Neuengamme, que consistía en construir habitáculos de madera a modo de duchas en los que se hacía un orificio por el que se disparaba en la nuca al prisionero. Construyeron un barracón con decenas de estos cajones. Los presos eran llevados a un aparente reconocimiento médico durante el cual acababan con una bala explosiva en la cabeza, mientras la megafonía emitía alegres melodías con las que trataban impedir que el sonido de los disparos delatase el engaño a los que estaban esperando. Acto seguido eran llevados al crematorio, previa extracción de las prótesis de oro que tuviesen. Esto también lo habían aprendido de la operación T-4 y sería una constante en el futuro. Aprobado el nuevo método, los asistentes lo celebraron con abundantes dosis de alcohol.
El primer convoy de prisioneros del Ejército Rojo llegó a Sachsanhausen el 31 de agosto y a partir de ahí fue un no parar durante las semanas siguientes. Antes de asesinarlos, los SS los fotografiaron con fines propagandísticos y publicaron algunas de las fotos de aquellas “caricaturas de rostros humanos, pesadillas convertidas en realidad” en una revista de las SS de expresivo nombre: Der Untermensch (El Subhumano). Dentro de la categoría de los subhumanos las SS metían a todos los que no cuadraban con el ideal nazi: comunistas, socialistas, anarquistas, sindicalistas, judíos, gitanos, homosexuales, delincuentes comunes reincidentes.
A mediados de septiembre, el comandante de Sachsenhausen hizo una demostración ante los jefes de Inspección de los Campos (IKL). Tras comprobar la eficacia del nuevo método, los asistentes se tomaron las copas de rigor y le organizaron una emotiva despedida a su querido Theodor Eicke.
Para el historiador Nikolaus Wachsmann, esta fue la “primera vez que la Lager-SS había llevado a cabo ejecuciones a gran escala. Sachsenhausen se erigió como el centro de la carnicería: durante un periodo frenético de dos meses, en septiembre y octubre de 1941, los hombres de las SS ejecutaron a cerca de nueve mil prisioneros de guerra soviéticos, muchos más que en ningún otro KL”.
A la vista de su eficacia, el sistema fue rápidamente extendido a los campos de Mauthausen y Buchenwald, aunque no al de Dachau, donde las SS fusilaron en el campo de tiro a más de cuatro mil soviéticos entre septiembre de 1941 y junio de 1942. De igual parecer eran en el campo de Flossenbürg, donde los fusilamientos fueron suspendidos a raíz de que restos de los cadáveres fuesen arrastrados por el río y aparecieran en el pueblo del mismo nombre, con el consiguiente malestar de la población. Las quejas de los vecinos también pusieron fin a los fusilamientos en Gross-Rosen. En ambos casos, las SS intentaron continuar con el programa de exterminio mediante inyecciones letales, método que ya habían usado con los Muselmänner.
Mientras el resto de los grandes campos estaban aplicando el método del tiro en la cabeza, en Auschwitz daba comienzo una forma aún más eficaz de practicar asesinatos en masa. Al anochecer del 5 de septiembre, llegó al complejo un tren cargado con cientos de comisarios soviéticos. Vigilados por los guardias de las SS y sus perros, los comunistas desfilaron hasta el bloque 11, el centro de torturas y ejecuciones del campo, conocido como el búnker o el bloque de la muerte. Allí fueron gaseados. El resultado nos lo ha contado el testigo polaco Adam Zacharski, cuyas palabras inician este artículo. Este fue el primer gaseado masivo dentro de un campo de concentración. A diferencia de la Operación 14f13, del programa T-4, no se utilizó monóxido de carbono sino ácido prúsico, un gas venenoso que se utilizaba para desinfección de plagas y que suministraba la empresa química IG Farben con el nombre comercial de Zyklon B. La IG Farben tenía una planta de producción muy próxima en la que utilizaba mano de obra esclava de Auschwitz.
El comandante del campo, Rudolf Hoss, consideró un éxito la operación, aunque había ciertos problemas pendientes de resolver: uno, que el búnker no tenía ventilación, por lo que debían esperar mucho tiempo para que las cuadrillas de presos (sonderkommandos) pudiesen sacar los cadáveres, lo que retrasaba el ritmo de ejecuciones y mermaba la productividad del invento. El segundo problema era que el búnker quedaba muy lejos del horno crematorio en el que se incineraban los cadáveres. Ambos factores mermaban la capacidad de matar del campo, por lo que rápidamente le pusieron remedio construyendo en apenas dos semanas una nueva cámara de gas en la morgue del crematorio. Todo parecían ventajas: tenía un buen sistema de ventilación; tenía capacidad para varios cientos de condenados, y tenía al lado el crematorio.
Una vez construida, hicieron la prueba definitiva: novecientos comisarios fueron gaseados de golpe. El resultado no pudo ser más satisfactorio para el comandante Hoss, quien nuevamente supervisó la operación: “Después de la introducción [de las bolsas de Zyklon B], algunos gritaron ´gas´, a lo que siguieron unos potentes alaridos y empujones hacia las puertas, pero estás aguantaron la presión”.
La capacidad de matar del nuevo procedimiento era tal que el crematorio no daba abasto para incinerar los cadáveres. Pero también le encontraron solución. El resultado fue que apenas un año después, en Auschwitz empezaron a ser exterminados decenas de miles de polacos, decenas de miles de gitanos y cientos de miles de judíos procedentes de toda Europa, desde Francia a Hungría pasando por Italia y desde Holanda a Dinamarca pasando por Rumanía o Bulgaria. Y ello con el consentimiento de los correspondientes gobiernos de esos países, los mismos que se habían sometido a la dominación nazi a la vez que aireaban banderas patrióticas, como si tratasen de ocultar con ellas sus vergüenzas.
Auschwitz abrió sus puertas el 14 de junio de 1940 con el objetivo de encerrar a los polacos sospechosos de oponerse a la dominación alemana. Fue uno de los cuatro campos que se crearon como consecuencia de la expansión de Alemania hacia Polonia, los Países Bajos (Neuengamme) y Francia (Natzweiler). Su objetivo, difundir terror entre los opositores a la dominación y, además, convertirlos en mano de obra barata.
El 27 de enero de 1945, tal día como hoy, Auschwitz fue liberado por los soldados del Ejército Rojo, encontrando apenas siete mil supervivientes, la mayoría, seriamente enfermos. Los SS habían abandonado el campo llevándose a la mayoría de los prisioneros en una huida en la que muchos perderían la vida.
Notas:
[1] Este trabajo ha sido posible gracias al libro de la editorial Crítica KL, Historia de los campos de concentración nazis, del historiador Nikolaus Wachsmann, quien a lo largo de más de 1000 páginas documenta y referencia de forma bastante minuciosa el periplo que llevó desde la creación del campo de Dachau en 1933 hasta el fin de los campos con la derrota nazi en 1945.
[2] Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg, El libro negro. Galaxia Gutenberg, Imprescindible. La mayor parte de las historias que incluye son testimonios de testigos supervivientes de los atroces crímenes en masa perpetrados por los fascistas alemanes contra los judíos en los territorios ocupados de la Unión Soviética y los campos de concentración de Polonia”. Es un libro para leer a sorbos, tal es la brutalidad de los crímenes que se narran. En el prólogo se acusa a Stalin de haber impedido la difusión masiva del libro en la URSS para no molestar a los ciudadanos ucranianos, polacos, lituanos, letones o estonios que habían colaborado con los nazis. Hoy, en la mayoría de esos países se rinde tributo a los líderes de aquella colaboración y no hay noticias de que Stalin haya resucitado.
[3] Timothy W. Ryback, el autor del magnífico libro Los libros del gran dictador, narra esta historia en su libro Las primeras víctimas de Hitler. Editorial Alianza.
[4] Theodor Eicke fue el encargado de asesinar a sangre fría al líder de las SA Ernst Röhm, en la prisión de Stadelheim. Eicke murió en el frente de Jarkov cuando su avioneta de reconocimiento fue derribada por los soldados de Ejército Rojo.
Fuente: Manuel González en Mundo Obrero