Voy en el bus de Entrevías hacia Atocha. Las líneas de autobuses y trenes que pasan por Vallecas están siendo recortadas de continuo por el Ayuntamiento de Madrid y la gestión de los transportes públicos de la CAM (Comunidad Autónoma de Madrid). En general, para ir a Atocha cogería el tren que tarda 5 minutos (en vez de los 40 min del bus) pero desde que existe la tarjeta recurrente (tarjeta para toda la red de cercanías de la CAM que pagas una vez, 10 euros, y te permite viajar por toda la red todas las veces que quieras durante 4 meses) de manera inexplicable, los trenes se demoran 20 minutos y siempre van llenos. El tren de «las y los pobres», si quieres que sea gratis, te costará tiempo.
Decido coger el 102, que cojo enfrente de casa de mi tía y como es principio de parada siempre puedo sentarme. El barrio ha cambiado mucho durante los últimos años. Allá en los 70, cuando miles de familias provenientes de Castilla-La Mancha, en su mayoría, Andalucía y Extremadura, la mayoría venían obligadas por el exilio político y por la falta de oportunidades siendo «rojos y rojas» en sus provincias de origen. En aquellos tiempos, nuestros abuelos y nuestros padres nos inculcaban memoria histórica. Sabíamos de dónde veníamos y qué nos había traído aquí y en ese aspecto el sentido de «barrio revolucionario» convivía pacíficamente con la movida madrileña, la droga (en su mayoría heroína) y la población gitana.
Hoy en día hay mucha más mezcla de etnias. Mucho movimiento migratorio proveniente de Marruecos y Latinoamérica ha desdibujado un poco el movimiento político de izquierdas y antifascista del barrio, pero la gente de toda la vida, aún sin estudios y de clase obrera mantiene el discurso político en los bares, en la churrería, en la cola del pan y en el rastro.
Cuando iba en el bus entraron tres mujeres muy mayores y enseguida me levanté para dejarles asiento. «No te preocupes, chiqueta (lo que me hizo pensar que las dos son manchegas), nos bajamos en la siguiente parada» y se pusieron a hablar delante mío.
Ellas dos sumarán juntas, como poco, 160 años. Van hablando de lo que supuso el fascismo y la II GM para España y lo que tuvieron que sufrir durante nuestros 40 años de dictadura, la transición, las Seiscientas, el realojo y la construcción de nuestras casas y los encuentros vecinales con el cura Llanos y unos muy jóvenes Carrillo, Camacho, Almeida (en este caso Cristina), y unos jovencísimos Víctor Manuel y Ana Belén.
Reflexionan sobre lo que supone para Europa la política que está dejando entrever Trump, desde su investidura. Desde el discurso político y de altura, no desde el hambre y el analfabetismo. Hablando preocupadas de lo que se avecina y a lo que pinta. Que es a «que nos lleven de nuevo a una guerra, y una posiblemente más grande y más peligrosa que las anteriores». Y » lo que vamos a dejar a nuestros nietos y nietas». No pude escucharlas más, embelesada, porque se bajaron en la siguiente parada.
Eso es lo que me enamora de Vallekas. Por mucho que lo ponga la ultraderecha como un barrio lleno de lo más barriobajero y se hayan emperrado en desdibujar en una serie de clase D » Entrevías» una imagen totalmente irreal de lo que se cuece a fuego lento aquí. Aunque es cierto que la juventud… o nos armamos y nos ponemos en pie, o perderemos de nuevo la guerra.
Durante los años de la postguerra las familias se veían obligadas a migrar a la capital de España huyendo de la miseria, la falta de oportunidades en las zonas rurales de las que provenían y el miedo. El estigma y el sello forjado a fuego de ser «rojos» obligaba a huir y el miedo al asesinato por parte de los franquistas, de sus pueblos a la gran urbe buscando oportunidades laborales y a encontrar un lugar más seguro para las familias, lo que conllevó que en los años de la transición barrios muy humildes y obreros se llenaran de muchas personas de Castilla-La Mancha.
Pero si nos vamos a la actualidad de 2025, las razones del despoblamiento de las zonas rurales y la migración por cuestiones de trabajo y formación no han cambiado mucho. El tener que ir a Madrid a trabajar desde Albacete es un hecho diario para muchas personas albaceteñas que bien formadas por nuestras universidades aquí no encuentran trabajo y se ven obligadas a desplazarse a grandes capitales, como Madrid, que absorben población de provincias limítrofes. Además, muchas de esas personas trabajadoras tienen que desplazarse allí a vivir o ir y volver en el mismo día puesto que el coste de la vida en Madrid hace totalmente imposible poder vivir allí. Esto está provocando ya no una «fuga de talentos» al exterior de nuestro país, sino al exterior de nuestra comunidad, lo que está provocando que poco a poco Albacete, Ciudad Real y Cuenca se vayan sumando al informe anual de » la España vaciada».
La ayuda del Gobierno al transporte público ha ayudado a amortiguar en parte esta huida, pero con el reciente amago del decaimiento del real decreto miles de personas empezaron a ver peligrar sus trabajos por falta de posibilidades para desplazarse todos los días, como hasta ahora venían haciendo.
Desde la pandemia provocada por la COVID se plantearon medidas de flexibilidad horaria y posibilidades de compatibilizar el trabajo presencial con el híbrido para poder paliar en parte esta situación, pero son aún muchas (demasiadas) las grandes empresas que no están aún facilitando Planes de Teletrabajo, situación aún más agravada por la paralización clara en la negociación y actualización de miles de convenios colectivos que caducaron antes del 2020 y aún no han sido ni negociados ni actualizados, así como la clara carencia de medidas que se están incorporando en los Planes de Igualdad empresariales estatales que no están abordando esta problemática.