La ideología dominante es tremendamente eficaz para transformar cualquier iniciativa progresista en un negocio, culpabilizando, de paso, de todos los problemas a la gente del común en general y a la clase trabajadora en particular
Vivimos en la cultura de lo inmediato. No hay más que observar a un grupo de cualquier edad “comunicándose” a través de su teléfono móvil, como para quedar inundados por el desánimo, al considerar qué pocos segundos se detendrán a intentar obtener información veraz sobre un tema, si se lo servimos en un sesudo artículo de dos mil o tres mil palabras, aunque sea a través de ese mismo dispositivo electrónico.
El problema no es ya solamente el saber “qué hacer” sino el “cómo hacerlo”. Porque la realidad es tozuda: es muy fácil mentir —o faltar a la verdad— con un titular, con un pantallazo, con un meme, y prácticamente imposible explicar qué y por qué de esa información no es cierta empleando el mismo número de palabras. Salvo el caso de algunos genios del humor gráfico que son capaces de sintetizar todo un discurso político en una ilustración y un pequeño texto, los demás no tenemos otro método de refutar una falacia, o explicar por qué una información es inexacta, que recurrir al análisis pormenorizado de cada uno de los aspectos de cada argumento de la tesis, porque, como explicaba Noam Chomsky, la mentira solo necesita un eslogan mientras que la verdad necesita ser explicada.
—¡Muy filosófico le veo hoy, don Manoel!
Paco, mi peluquero, tiene toda la razón. Le explico que, paseando por la Puerta del Sol, en las proximidades de la obra de Paco Leiro conocida como “El sireno”, me he tropezado con un tótem publicitario en el que se afirma algo sorprendente: una granja con 2500 vacas consume más energía que toda la ciudad de Vigo en las fiestas de navidad. Dicha afirmación pretende concienciarnos de que nuestras decisiones acerca de qué comer y qué no comer tienen un impacto enorme, aunque no se aclara en qué.
—¡Y por supuesto fue leer eso de “energía” y disparársele todas las alarmas!
—¡Por supuesto! Ya no solo porque así a bote pronto y sin hacer el más mínimo análisis la afirmación sea muy arriesgada, sino porque está muy mal acotada.
Lo de “muy mal acotada” fue suficiente para que Paco se concentrara en dar un aspecto respetable a mi barba y olvidara por un momento persistir en su labor inquisitorial. Luego la conversación se fue por otros caminos y olvidé el tema de la granja de vacas y el «Nadal» de Vigo. Hasta unos días después, en una comida familiar mi hija se encontró en una mesa próxima a la nuestra una pareja de amigos suyos recién convertidos a la nueva fe del veganismo militante.
—¡Cuánto tiempo sin veros! No sabía que fuerais veganos —atacó la amiga de mi hija—. Ni vosotros ni vuestros padres.
—¡No! —respondió mi hija rapidamente— Simplemente nos gusta la comida de este restaurante.
Mientras ellos se contaban las últimas novedades de sus peripecias particulares, yo admiraba un nuevo aspecto de la enorme eficacia de la ideología dominante para transformar cualquier iniciativa progresista en un negocio, culpabilizando, de paso, de todos los problemas —la obesidad, el consumo excesivo de carne, y si me apuras del cambio climático— a la gente del común en general y a la clase trabajadora en particular. Si los océanos están saturados de basura de la cual un 49% es de plásticos de un solo uso, ¡cobremos las bolsas plásticas! ¿Que las citadas bolsas son solamente el sexto producto en importancia en la lista de los diez más abundantes citados por la UE? No importa. No se trata de solucionar los problemas de la contaminación de los océanos sino de desviar la responsabilidad de la contaminación del sistema productivo hacia los consumidores, mejorando de paso la cuenta de resultados.
De forma semejante, en el mensaje del tótem publicitario se intenta responsabilizar al consumidor no vegano de la cantidad de energía que se desperdicia en criar una vaca —o 2500 vacas— para producir alimentos cuando nos podemos alimentar eficazmente de forma energéticamente más eficaz. Cierto es que los urbanitas de los países de primer mundo consumen una cantidad desmesurada de carne, sin pensar en las responsabilidades —criar, cuidar y después matar a los animales que nos vamos a comer— inherente a ese consumo.
Pero dejemos a un lado el análisis de un práctica respetable como el veganismo para concentrarnos en el tema de la comparación del consumo de la famosa granja de 2500 vacas y la ciudad de Vigo en sus fiestas de «Nadal», y de cómo el empleo de una mentira para defender una causa socava los mismos principios que se pretenden defender.
Y que para algunos de nosotros es preferible construir con argumentos que, aunque aparenten ser menos sólidos, están basados en la verdad y la evidencia científica. Por no citar el hecho de que bajo esa perspectiva científica la comparación está mal establecida. De la granja de vacas no conocemos más que el número de animales[1], mientras que de la ciudad que se cita como paradigma del derroche energético, los millones de ledes del «Nadal» vigués, es lógico pensar que la mayoría de los destinatarios del mensaje tengan una idea, a lo mejor no muy exacta, pero si aproximada de su importancia industrial y de las dimensiones de su población.
Lo cierto es que después de hacer la foto que ilustra este artículo y escribir un pequeño esbozo rápido de su argumentario básico, otras urgencias ocuparon mis días quedando archivado en alguna parte de mi memoria. Y allí permaneció latente hasta que estos días, al repasar la carta del restaurante en el que un pequeño grupo de amigos “de la chispa” celebramos nuestra tradicional comida, alguien habló del tema y recordé la conclusión del vegano mensaje: “Nuestras decisiones a la hora de comer tienen un impacto enorme”.
—Especialmente si se trata de fabada o cocido! —añadió rápidamente uno de los asistentes, conocido por sus aficiones escatológicas.
El caso es que la significación profesional de los asistentes, y el hecho de que aún no hubieran servido el vino, me inclinó a hacer entre ellos una consulta rápida.
—¿Sabíais que una granja de 2.500 vacas consume más energía que toda la ciudad de Vigo?
Para mi sorpresa el rechazo a la proposición no solo no fue unánime, sino que los que ponían tal afirmación en duda estaban en clara minoría, lo que me hizo pensar que si a un colectivo profesional al que se le supone un cierto conocimiento, y una cierta intuición científica, no les resulta claramente aberrante, algo no funciona correctamente en nuestra cabeza ante este tipo de manipulaciones. Bien cierto es que la actitud del receptor ante un mensaje propagandístico es un fenómeno muy complejo influenciado por una multitud de factores, y que la simplificación del mensaje y el uso de estereotipos hace más vulnerable al receptor; incluso el lugar común de citar a Joseph Goebbels, el ministro para la Ilustración Pública y la Propaganda durante el III Reich cuando recomendaba no ser tímido mintiendo. «Miente, miente, miente que algo quedará, y cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá». Pero que un colectivo como el nuestro, no identifique como falsa la citada información, me hace pensar que, no solo es posible sino muy probable, que lo que para mí es simplemente aberrante, al resto de los ciudadanos, a los que va dirigida esta campaña, les parezca no solo posible sino incluso atinada.
Llegado a este convencimiento me decido a hacer cuatro números, que es la forma con la que los ingenieros nos ayudamos en nuestro razonamiento. Sé que hablar de «una granja de 2500 vacas» en términos de demanda energética es tanto como no decir nada. Pero, aunque intente obtener datos acotando mucho más la búsqueda, llego rápidamente a la conclusión de que obtener información de casos concretos no es muy complicado pero que el esfuerzo que debo emplear para obtener valores estadísticos fiables no compensa mi limitado interés en el tema. Se me ocurre entonces proceder a la inversa. En lugar de empezar por averiguar cuál es el promedio de consumo mensual de las granjas de vacuno, sean del tipo que sean, hacerlo por el consumo mensual de los hogares de Vigo. Este valor así obtenido deberá ser mucho más pequeño que el de la granja propuesta, ya que todavía habría que añadirle, por lo menos el consumo de las luces de navidad, la Universidad, la factoría de automóviles de Stellantis, las factorías de la industria auxiliar del automóvil, el puerto pesquero, la terminal de contenedores, los frigoríficos industriales, la industria conservera, … Etcétera, etcétera, etcétera.
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística para 2023, el consumo medio por hogar en España está situado entre 200 y 300 kWh al mes. Según la misma fuente hay en Vigo 144.293 hogares, lo cual supondría un consumo medio mensual de los hogares de Vigo de 28.858,6 MWh mes para el primer valor sugerido, y 43.287,9 MWh mes para el segundo.
Es decir que en la famosa granja de 2500 vacas se COMSUME más energía eléctrica que en esa pequeña parte del consumo total de la ciudad de Vigo, ya que, según hemos establecido antes, nos quedan por sumar muchos otros consumos. Sin ir más lejos:
—El consumo de los 11,5 millones de LED de las luces de navidad, que, según los datos más fiables que he conseguido, supone 2,4 MWh en los 52 días del período de encendido[2]; o sea 1,4 MWh al mes.
—El consumo de la Universidad de Vigo, estimado en unos 1300 MWh mes.
—El consumo de la factoría de Stellantis unos 13800 MWh mes.
No parece muy probable, ¿verdad? Porque si dividimos el resultado así obtenido por el número de animales propuesto, para obtener un promedio de consumo de energía por animal, cada vaca demandaría entre 11 y 17 MWh al mes, solo para que su consumo fuera superior al de los hogares de Vigo. Llevado a términos económicos, suponiendo un precio medio de 0,15 €/kWh, cada vaca se “tragaría” entre 1650 y 2550 € al mes en energía eléctrica.
Como la cerámica de Talavera, tampoco es cosa menor la instalación eléctrica necesaria para permitir tal consumo. Aún suponiendo un consumo uniforme de 24h/día, 30días/mes, cada vaca demanda una potencia de 23,6 kW, es decir: ¡más de cinco veces la potencia demandada por un hogar medio!
En resumen: ¿por qué hemos tenido que emplear tiempo y esfuerzo en demostrar la falsedad de esta propaganda? Pues es muy probable que porque cuanto más absurda sea una afirmación —la Tierra es plana y está cubierta por una cúpula de cristal— tanta más evidencia científica, observaciones, cálculos y experimentos tendrás que aportar para refutarla, con el problema añadido de que necesitarás explicar previamente algunos conceptos, evidentes para ti, pero complejos para el destinatario del mensaje que se deja impresionar fácilmente por todo cuanto ve escrito.
O sea: come carne con tranquilidad si tal es tu gusto, pero como recordaba Horacio en sus Odas, o Terencio en la comedia Andria, Ne quid nimis, lo que, por cierto, no es más que una traducción al latín de la inscripción del frontón del templo de Apolo en Delfos Μηδὲν άγαν. Nada en exceso.
Notas:
[1] ¿De qué tipo de granja hablamos? ¿De una granja lechera, de carne, de leche y carne…? ¿De qué sistema de granja, intensivo o extensivo, de pastoreo, etc. ¿Dónde está la granja? ¿En Galicia? Y si está en Galicia en qué zona climática: ¿en las Rías Baixas o en Terra Chá? Si es una granja de leche tendrá casi con seguridad ordeño mecánico y sistemas de enfriamiento, conservación y elaboración. Si el clima es muy frío será necesaria la calefacción de los establos; si es cálido ventilación. Si es extremo ambas, si es suave es posible que ninguna.
[2] En el año 2023 el encendido de las luces se efectuó el viernes 24 de noviembre, y su apagado el 15 de enero del 24. Un total de 52 días de encendido, es decir 1,73 meses.
Fuente: Mundo Obrero